El cine de submarinos tuvo un gran protagonismo dentro del cine bélico de los años 50. Tras su boom durante la II Guerra Mundial debido a dos títulos como "Destino Tokio" y "Tiburones de acero", no sería hasta los 50 cuando se popularizó el subgénero alcanzando a finales de los 50 gran repercusión. Curiosamente la guerra fría estaba aumentando su temperatura y los submarinos nucleares eran una realidad, pero Hollywood echó la vista a la II Guerra Mundial.
Fue en dicha época donde ubicamos "Torpedo", rodada en 1958 y una de las última de su especie. Al mismo tiempo, uno de los títulos más míticos del cine sobre submarinos. En gran parte esto se debió gracias al repartazo que se gastaba: Clark Gable y Burt Lancaster. Dos figuras del celuloide enfrentadas en el cartel y a lo largo de buena parte de la película, cogiendo el testigo dejado en "Tiburones de acero" entre Tyrone Power y Dana Andrews.
Pero en esta ocasión no será un lío de faldas el que provoque la mala relación entre los dos protagonistas. Aquí tenemos un feroz enemigo japonés, y un todavía más peligroso enemigo que es la obsesión de un oficial por conseguir dar con dicho destructor (el Akikaze) a toda costa aun arriesgando vidas humanas y contraviniendo órdenes.
"Podéis llamarme Ismael..." con ese mítico inicio arrancaba la obra de Herman Melville "Moby Dick", y en ella se basa bastante la obra dirigida por Robert Wise, un curioso director que arrancó en el cine de Terror e incluso la Serie B, regalándonos clasicazos como "El ladrón de cadáveres" o "Ultimatum a la tierra". Era de lo mejor dentro de su subgénero que acabaría dirigiendo cine bélico con "Torpedo" o "El Yang Tse en llamas" como obras mayores. Y, entre medio, se especializó en el musical que le daría sus mayores éxitos: "West Side story" y "Sonrisas y lágrimas".
Pero volvamos a esa tan temida ballena, aquí representada en un destructor japonés que es el encargado de abrir y (casi) cerrar la función. En la escena inicial vemos a Clark Gable capitaneando un submarino, y a la hora de intentar atacar un convoy, ser descubierto y hundido por este potente destructor. El shock que genera en el capitán, superviviente a la deriva de un barco que se tragó muchas almas de americanos se verá en las posteriores escenas.
El montaje va al grano y lo hace con un soltura bastante poco probada por el cine bélico de la época. A destacar que arranca el film con acción, en modo previa de la película. Los títulos de crédito aparecerán tras esa pequeña escaramuza. Después vemos a Gable en un despacho, "hundiendo" al destructor una y otra vez en sus tácticas militares de despacho. Sólo una vez ha perdido esa partida. Por desgracia, la única en la que había vidas humanas en juego. Por si fuera poco, se le comunica que ya son cuatro los submarinos americanos desaparecidos o hundidos en esa zona (el estrecho de Bungo), lo cuál despierta en él el interés en llevar a la práctica la táctica que tanto ha ido masticando en el despacho.
Pidió una misión... y le condecieron una. De esta manera el personaje interpretado por el gran Gable conseguirá su cometido y le darán la capitanía de un submarino cuyo segundo de a bordo (magistral como siempre, Burt Lancaster) parecía destinado a liderar a un equipo que no solo le conoce, si no que le admira. De esta manera aparece un obsesionado Gable en un buque donde todos le miran con recelo, el primero de ellos un segundo de a bordo que no está de acuerdo ni con la decisión ni con lo que vendrá después, pero que se verá obligado a ser el único que defienda a su capitán.
En palabras de Lancaster: "Este y todos los barcos tienen un capitán". Una frase que recuerda mucho a las que ya soltaba su personaje de "De aquí a la eternidad", otro hombre con carrera militar que no desobedece órdenes por muy absurdas que le parezcan. Para él el estamento militar tiene unas jerarquías que toca cumplir. Quizás sea la gran diferencia entre su personaje y el que Denzel Washington realizaría en "Marea roja". Allí el personaje sí cuestionaba las órdenes a su superior y era capaz de tomar el mando, aquí Lancastar no tomará el mando hasta que su capitán enferma y demuestra incapacidad tras casi provocar la muerte de la tripulación.
Durante el metraje vemos como el capitán al mando ordena una serie de instrucciones diferentes a las habituales, cronometrando en todo momento lo que tardan en realizar la maniobra de inmersión. Nadie a bordo sabe qué se trae entre manos menos él... y un poco el espectador, que viendo su obsesión sabe que de alguna u otra manera, dicha maniobra será la que les haga salir vivos de la maniobra contra el destructor.
Tenemos la clásica dosis de cargas de profundidad, de la tripulación teniendo que agazaparse bajo el fondo marino y conseguir que les crean muertos para poder salir a flote. Es en ese tramo, tras un ataque aéreo donde un problema en la sala de torpedos trae una de esas escenas altamente poderosas. Vemos como Gable casi muere, y un joven de esos que nos muestra la cámara que debe caer simpático y tiene las de morir acabará muriendo de la forma más cruel, cayéndole encima un torpedo. Gable, enfermo, no puede tomar más decisiones y ahí sí que el personaje de Lancaster toma el mando.
Contra todo pronóstico, y aunque había anunciado a su hasta entonces superior que ordenaría volver a Pearl Harbor al ya haber tenido bastante, acabará cambiando de opinión. En cierto modo es como si la obsesión de Gable se hubiese trasladado de cuerpo. Ahora él es el Capitán Acab y debe acabar con su cometido de acabar con la ballena (perdón, con el destructor). Sólo de esa manera, una vez acabado su cometido, podrá dejar que el alma del personaje de Gable vuele en paz. Únicamente se consigue la redención si se consigue el objetivo de acabar con la fiera.
Una fiera que, como rocambolesca burla del destino, acaba no siendo el destructor tan temido. El ruido que escucharemos de fondo al principio y al final del film resultará ser una pequeña sorpresa para el espectador que aparecerá cuando parecían ya victoriosos. Es curioso como una película tan bien hilvanada durante noventa minutos, pierde fuelle justamente en el clímax final, rodado con cierta torpeza indigna para lo que hasta ese momento había sido un notable thriller bélico.
Robert Wise toma y coge pulso. Nos muestra un submarino por dentro pero esta no es una película sobre submarinos... si no sobre sus capitanes. Sobre la obsesión, sobre jerarquías. Se aleja de las hazañas bélicas mostradas en "Destino Tokio" o de esa partida de ajedrez de "Duelo en el Atlántico". Aquí hay dos personajes, dos oficiales al mando, y del duelo actoral de ambos, con una misión retorcida en su final, se saca una película más que interesante.
Es por ello que no veremos ni redes submarinas, ni excesivos hundimientos tan típicos en el cine submarino made in USA de los 40 y 50. Aquí nos basta y nos sobra con ver como reacciona la tripulación a las decisiones del oficial al mando ,y como este les prepara para cumplir su propia misión. Esa guerra propia que quiere liberar él, cuál capitán Acab, y a la que acabará arrastrando por un torbellino al resto de hombres a bordo.
Es muy notable como Wise consigue con esos mimbres mantener al espectador sentado en la butaca o sillón (o sofá) durante poco más de hora y media. Es una película corta, que va al grano pero no se deja nada en el tintero. Un buen montaje siempre ayuda, y en ese sentido no le sobra casi nada a la película y le faltan pocas cosas porque la escasez de escenas bélicas se compensan con una tensión constante a bordo, no por el enemigo japonés, si no por la bomba de relojería que llevan a bordo.
Un capitán dispuesto a inmolarse, a ir al infierno si con él se lleva al dichoso destructor. Una versión bélica de "Moby Dick" que merece la pena ver. Uno de los grandes clásicos del subgénero submarino. Una película entretenida, vibrante... pero cuyo final cae en la simpleza de títulos no acordes a la época. Una lástima con lo bien hilvanado que parecía todo hasta ese momento.
Nota: 6,75
Lo Mejor: Como consigue generar tensión a bordo sin necesidad de las cargas de profundidad
Lo Peor: El brusco final, con un hundimiento final un tanto irreal y cutre para lo que merecía una película que tan bien había llegado al momento del clímax.
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