
Proyecto
Estrenada en 1995, la película contó con un proyecto bastante amplio para la época, que alcanzó los 50 millones de dólares. Jerry Bruckheimer y Dom Simpson eran ya unos maestros de los blockbusters, creadores del pelotazo que fue "Top Gun" volvían al cine de acción con ambiente bélico en esta película (seis años después se atreverían con "Pearl Harbor"). La película alcanzó casi los 100 millones sólo en Estados Unidos, y los 200 a nivel mundial, cuatriplicando su presupuesto: Un buen éxito.

Para completar los créditos de la película, destacar que la Banda Sonora está firmada por Hans Zimmer. Una banda sonora previa a "Piratas del caribe" o "Gladiator" pero donde se comienzan a ver algunas de las sintonías o fragmentos musicales que aprovecharía para las que posiblemente sean sus dos obras más cacareadas. Dejando claro cierto tono épico en los momentos clave de la película.

Toca destacar que un capítulo de la serie de animación "Los Simpsons" tuvo por protagonista un submarino nuclear, de ahí la famosa frase de Homer: "Nu-ce-lar, la palabra es nu-ce-lar". Entre las similitudes a modo parodia, destacar el momento del discurso del oficial al mando previo a embarcar en la aventura, que bebe directamente de la que Gene Hackman impone a sus hombres.
III Guerra Mundial
Como buen cine nuclear, la III Guerra Mundial está en el horizonte. Los soviéticos ya no están, pero la película se saca una trama con un oficial ruso que quiere volver a ver la gran Unión Soviética, y monta una rebelión consiguiendo tener en su poder una base de misiles nucleares cerca de Vladivostok. El submarino USS Alabama, junto a otros, parten a una misión clave. Si la cosa se descontrola y Radchenko (el futbolista no, el General insumiso) pone en marcha los misiles nucleares, tocará lanzar toda la furia contra ellos, lo cual implicaría, inevitablemente una guerra nuclear.

Para Hackman los roles deben quedar claros, no se debe poner en duda al capitán del sumergible y que reconoce que "no soporto a los egoístas ni a los lameculos" pidiendo un punto intermedio en sus subordinados. Por su parte, el personaje interpretado por Washington, en una conversación que incluirá a Von Clausewitz, reconocerá que "en un mundo nuclear el enemigo es la guerra en sí mismo", ese mundo, no obstante, que Hackman quiere preservar a toda costa: "Luchamos para preservar la democracia, no para practicarla". Lo dicho, nos puntos de vista diferentes, uno más teórico y otro mucho más práctico donde el fin justificará los medios.

El tramo final de la película acaba siendo algo caótico y es más un duelo de "motines" constantes que hacen que los oficiales se sucedan en el mando, llegando Hackman a amenazar a punta de pistola a dos miembros de la tripulación. La tensión va in crescendo, con el momento clave de saber quién de los dos se lleva el gato al agua, mientras el especialista de radio intenta solucionar los problemas derivados de un ataque submarino para recibir la totalidad del mensaje y con ello la confirmación (o no) del ataque.

Al espectador se le mete de lleno en el submarino, y eso es algo que el guión y la mano de Tony Scott consiguen a la perfección. Meternos en ese dilema moral sobre si cumplir órdenes que pueden provocar la destrucción mundial, o no cumplirlas con el riesgo a que quienes actúen antes lancen sus misiles y provoquen igualmente la guerra. Ese miedo que durante años implicó la Guerra Fría y que vimos en títulos como "¿Teléfono Rojo?: Volamos hacia Moscú" que un simple detalle, un oficial loco, podía llevar a la ruina a la población mundial.
De hecho la película cuenta al principio de la misma que tres personas en el mundo tenían acceso a poder iniciar un ataque nuclear: Los presidentes de Estados Unidos y Rusia... y el capitán a bordo de un submarino nuclear. Al final de la película se nos destaca que en los años 90 se acabó con ese tercer miembro y únicamente los presidentes tienen esa potestad para iniciar algo tan gordo, alejando de la mano de un oficial cualquiera el poder tomar esa decisión o cometer un fatal error.
"Si me equivoco, es que estamos en guerra, ¡Que Dios nos ayude a todos!"
El mensaje llegará, y el final de la película deja claro que Hackman, pese a ser un hombre anclado en el pasado, ha acabado reconociendo en Washington un buen comandante para "su submarino". Eso sí, la pulla a los estamentos militares queda reservada para el final, cuando en el pequeño "juicio" militar, el juez instructor llegará a declarar que "Ambos tenían razón y ambos estaban equivocados, según las leyes".

Con un reparto repleto de estrellas y liderado con dos actores en estado de gracia, "Marea roja" se convierte en un thriller interesantísimo y entretenido de principio a fin. Se aleja un tanto del cine submarino, al que dedica un duelo entre dos submarinos que se salda con quizás poca maestría para los cánones del género, pero se centra brillantemente en un duelo de oficiales que pudiera recordarnos a "Torpedo".
Coge la esencia de un thriller político y la traslada a un mundo hostil, fuera de las cuatro paredes de una "sala de guerra" (como se diría en "¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú") y dentro de un habitáculo un tanto pequeño (pero no la lata de sardinas que eran los submarinos de la II Guerra Mundial) que pese a permitir hacer footing, no dejan de estar aislados del mundo. Dentro de esa burbuja, dos personas chocan entre sí, ponen en duda los estamentos militares y, con ello, en peligro una misión y el provocar una guerra.

Duelo submarino y un guión bien hilvanado. Quizás la parte final resulte un tanto atropellada con tanto bandazo al frente del submarino, pero forma parte de esa espiral al desastre que parece llevar a los personajes. Una mala decisión, provocaría una guerra sin precedentes. Y en ello, dos hombres tienen el destino del mundo en sus manos. Allí abajo, a muchos metros de profundidad. Tony Scott nos lo narra con brillantez, en la que posiblemente sea una de sus mejores obras.
Nota: 7
Lo Mejor: El duelo interpretativo de esos dos caballos: Hackman y Washington
Lo Peor: Algo atropellado el tramo final previo al desenlace de la situación.
Los caballos de raza lipizzana no son ni de España ni de Portugal, son de Slovenia (Parte de la antigua Yugoslavia), de un pueblo llamado Lipica. Originariamente los caballos eran de la raza española andaluza llevados por el archiduque austriaco Carlos II
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