Río Rojo (Howard Hawks, 1948)

Hoy toca volver al Far West para recorrer los calurosos parajes del Sur, desde Texas hasta Missouri (o al menos esa era la idea inicial) con un viaje ganadero de la mano de dos artistas de la talla de Howard Hawks (tras las cámaras) y John Wayne como cabeza visible de reparto. Junto a ellos, un actor que también tendría su gran momento: Montgomery Cliff. Con esas pistas no podemos estar hablando de otra película que Río Rojo, dirigida en 1948 y de la que John Ford quedó sorprendido y le dijo a su colega de profesión Hawks que: «No sabía que ese hij*** sabía actuar»


En efecto, la frase hace referencia a John Wayne, lanzado al estrellato una década antes por Ford en «La diligencia» y que desde entonces había sido una gran estrella de Hollywood (Que no participaría en la guerra, dedicándose a rodar películas patrióticas) y que en 1948 en vísperas de la trilogía de caballería de Ford, obsequiaba al mundo y a sus detractores con una de sus mejores interpretaciones, como ese ganadero que persigue en todo momento un sueño, y la relación con ese hijastro (Clift) que será quien de miga a la película.


La película arranca de manera fulgurante, marca de la casa. Un narrador, con la voz del siempre sensacional Walter Brennan nos pondrá en aviso y no nos abandonará a lo largo del metraje. La manera en que nos presenta a Tom Dunson, su amor perdido por no querer arrastrar la vida de su amada a una vida dura (algo que acabaría atormentándole toda la vida) y ese duelo con los indios, con Brennan y Wayne repartiendo de lo lindo. Y el brazalete, como muestra final de un secuencia rodada con poderío. Ese brazalete y el silencio dejan al espectador en shock.


La aparición de un joven dará paso a un lapso de tiempo de 14 años. Simplemente sensacional como con tan poco se puede montar una escena. Sin cambiar el paraje, con el narrador apenas dando pinceladas mientras las imágenes muestran el crecimiento ganadero de la marca Río Rojo, la que Wayne crea para crecer. El plano final nos acabará mostrando a los mismos tres personajes, pero el jovencillo ahora tiene el rostro de Clift y a Wayne le han salido canas. "14 años" para crear lo que pretendía en diez, únicamente le ha costado todo ese tiempo, Guerra Civil americana incluida, y unos cuantos muertos que pretendieron arrebatarle "sus tierras".


El poder absoluto de los primeros veinte minutos de la película atrapan a cualquier espectador invitándole a quedarse en el asiendo a disfrutar del Western que viene a continuación. Un extenuante viaje con un Dunson cada vez más tiránico en sus ideas, dispuesto a cualquier cosa con tal de alcanzar la meta, perdiendo poco a poco la credibilidad y el mando en el grupo. Sin duda ese duelo psicológico entre Dunson y su apadrinado hijastro (por llamarlo de algún modo) serán la conexión que la película necesita mientras el viaje va deparando sus muertos, con especial mención a esa estampida rodada con gran maestría y que es posiblemente la mejor escena de la película en cuanto a acción.


Hawks rueda con mano firme un notable Western que es historia del cine. Le ofrece a Wayne un papel para salirse, aunque inicialmente estaba previsto que Gary Cooper fuera el protagonista, y pone en el mapa un poco más a esa estrella con mirada triste que fue Montgomery Clift. Hay momentos para todo, desde amor y traición a esa sensación de duelo sobrevolando toda la película. Esa búsqueda y venganza mientras otros pretenden llegar a su objetivo y hacerse ricos, la peligrosa presencia de los indios que, al igual que en "La diligencia" de Ford, se limitan a una escena pese a la constante sensación de tenerlos escondidos en cualquier esquina, son otros momentos a destacar.


No se puede destripar ese duelo final con la tensión in crescendo. Al igual que había hecho Ford con La diligencia, la película no concluye con el final del camino, guardándose ese as en la manga en forma de duelo. Aquí, con otras reglas (las suyas) que pueden ir de la muerte a la comedia en cualquier momento. Porque aunque los chascarrillos son cosa de Brennan durante dos horas de película, el tramo final sabe jugar con los géneros dejando al espectador algo aturdido. Un final que quizás no es el que la epicidad podía pedir a gritos, y que fue uno de los detonantes para que Hawks acabase a malas con su primer guionista, dispuesto a un final mucho más dramático.


Río Rojo sabe en todo momento como posicionarse para llegar a buen puerto con el menor número de bajas posibles, entendiendo por bajas los momentos menos expléndidos (que los hay). Mantiene la tensión in crescendo, primero con ese Wayne camino de la locura y, posteriormente, con esa película de búsqueda y captura en la que se convierte en sus últimos 40 minutos. Con ingredientes clave en el género como los indios, el ferrocarril, paisajes típicos del Far West y duelos, Río rojo sacia el apetito de cualquiera que quiera disfrutar con un buen Western.


De la banda sonora, con decir que la firmó el gran Dimitri Tiomkin (Rio Bravo, El Álamo...) ya tenemos suficiente. La melodía que se repite a lo largo de los 135 minutos se nos queda clavada y acompaña a la perfección a Clift, Brennan y Wayne. Esos compis que, en cierto modo, con sus tiras y aflojas, no serán tan diferentes como el resto de coleguillas de los westerns hawksianos. Tres personajes tan diferentes como necesarios entre sí. La amistad, por encima de todos los problemas, es la que sale triunfando, aunque para ello Wayne tenga que expiar sus pecados en una gran escena recordando aquella pulsera que recuperó de la muñeca de un indio.


Nota: 8


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