Dirigida en 1972, con un Aldrich (y Lancaster) ya mayorcetes, lo mejor de la película es comprobar ese deje bastardo que deja el cine de Aldrich. Muchos se acuerdan de Sam Peckinpah y poca mención se hace a un directorazo como la copa de un pino que, más allá de parir "Doce del patíbulo" tuvo siempre un sello característico en el que sus personajes deambulaban entre la locura y la indiferencia. Perros viejos, expertos en todo tipo de 'putadas' como lo son los protagonistas de "La venganza de Ulzana".
Una escena pone los pelos de punta. Un miembro del ejército vuelve al escuchar los gritos de auxilio de una mujer. A galope dispara a la mujer a la cabeza y recoge al niño. Al ser capturado, no dudará en pegarse un tiro en la boca antes de ser capturado. Lo que en el cine clásico pasaba de puntillas o con la elegancia de fuera de plano (como sucedía en "Cemtauros del desierto") aquí se muestra con la crueldad y suciedad necesarias, sin finales felices que nos alejen de la vergüenza de ver a seres humanos en horas bajas.No es difícil saber porqué mataba a la mujer y, ante la duda, posteriormente recogerán a una civil todavía viva que ha sido claramente violada. No hay nadie que lo esconda porque el cine, ya adulto, de mitad de los sesenta en adelante adentraba más en la oscuridad y la barbarie que en la elegancia y el heroísmo. No hubo mucho Western que se prodigara, pero esta muestra o las de Peckinpah invitan a pensar en muy buenos Westerns que, por desgracia, no tuvieron el tirón ni fama de los predecesores.
Toda la película gira en torno a una búsqueda y persecución de unos apaches renegados que han escapado de donde debían estar sin hacer ruido. La muerte que dejan a su paso se une a las historias que los blancos cuentan de ellos. MacIntosh (Lancaster) irá poco a poco impartiendo su visión de la realidad al joven oficial de caballería que todavía, imberbe, no entiende de la brutalidad del Oeste americano. Lo que sabe, lo sabe de los libros de West Point, y no de lo que se cuece sobre el terreno.Para ello, la instrucción correrá a cargo de MacIntosh como héroe de la película. Si bien el heroísmo de estos años dista mucho del que estábamos acostumbrados. De ahí que el tramo final denote el pesimismo del autor con respecto a la carnicería que se ha visto. Donde la táctica de quien entiende de libros no le salvará de una pésima decisión con la que deberá vivir el resto de su vida. Así se lo hace saber Lancaster, no con odio, sino asumiendo que la viva es así.
Un fragmento de la película que muchos recordarán es el de la frase de un Coronel al Teniente: "Si fuera el dueño del infierno y de Arizona, viviría en el infierno y alquilaría Arizona". El teniente le corregirá diciendo que tal frase hacia mención a "Texas", y su superior concluiría que "pero se refería a Arizona". Esa frase es preludio a lo que contemplaremos a lo largo de hora y media, donde el Teniente irá aprendiendo, y dejando de lado su parte más religiosa para abrazar la barbarie y el odio hacia lo apache.No son diferentes los unos de los otros, como demuestra que el teniente sea el único que se muestre partidario a dar sepultura a todos los muertos, sean del bando que sean. Para el resto, los apaches son salvajesa porque se comportan como tal, sin importar nada más. Pero las atrocidades del hombre blanco (aquí me gustaría recomendar el western "Soldado azul") no son muy alejadas de las del apache. A fin de cuentas, son ellos quienes acometieron un claro genocidio que acabó con muchas de las tribus indias y diezmó el resto.
En un salvaje Oeste más salvaje que nunca, Ulzana se convierte en un claro villano incluso para otros indios. Un repudiado y renegado a quien nos enseñan a odiar. Pero no hay blanqueamiento de ningún tipo, con frases célebres como la de Richard Jaeckel (sospechoso habitual del cine de Aldrich) recordando que tuvo que desenganchar a un niño de un cáctus.Se guarda hasta el final la confrontación, como no podía ser de otra manera, y pese a que el montaje no acaba funcionando en exceso en esa emboscada/tiroteo, resulta una escena estimulante y un buen final para una película tan bastarda. Como lo es comprobar que quién hará el informe y sobrevive es un oficial que quizás todavía no se haya enterado de qué iba la fiesta.
Perder toda esperanza, o no tener un cielo al que ir, resultan ser las únicas puertas abiertas en ese final, con Burt Lancaster a punto de liarae un cigarrillo con la tranquilidad que le da haber acabado con todo ello.
Si algo llama poderosamente la atención, es la idea de que la caballería no es tan heroica como acostumbra. A diferencia del cine clásico, aquí el toque de corneta no vaticina un rescate, sino un aviso al enemigo de que están llegando. Únicamente un personaje celebrará dicho toque de corneta y acabará muerto. MacIntosh sabe de sobra que lo único que hará es avisar al enemigo, como muestra el tramo final de la película. La torpeza generalizada, mostrada en una fallida táctica (camuflada por el buen hacer de un indio) invita a pensar en un claro desprestigio del cuerpo de caballería.No es un westerm limpio ni pulcro, tampoco en su acabado y fotografía. Pues estamos en una era donde algunas películas en color en ese sentido no han envejecido bien. Y "La venganza de Ulzana" es uno de esos ejemplos de producción poco cuidada en las versiones DVD o que pululan por ahí. Pese a ello, resulta un interesante Western, desde una amable duración a una nada amable postura con lo que respecta a la violencia.
"La venganza de Ulzana" es, en definitiva, un buen western. Un muy buen western en algunos apartados, pero incompleto en otros. Pero se agradece el mostrarse diferente a otro tipo de cine. Pero en ello ya había demostrado buen hacer Robert Aldrich, un director especialista en bastardos como mostró en sus mejores (y en las no tan buenas) obras dedicadas al cine bélico.
Nota: 7
Lo mejor: Lo bastarda que es. No hace prisioneros.
Lo peor: No envejece bien
Comentarios
Publicar un comentario