La solución final (Frank Pierson, 2001)

Hoy nos adentramos en el oscuro mundo del holocausto, para traer una historia sin batallas, sin muertos, sin sangre, cuyo contenido verbal ni tan siquiera tiene palabras malsonantes, pero cuya potencia y fuerza desgarradora pone los pelos de punta. "La solución final" es el título de esta Tv movie rodada en 2001 que perfectamente podría ser una película para su estreno en cines, con un reparto con rostros conocidos y una historia que, pese a su sencillez, engancha.

La película narra los hechos reales acontecinos en enero de 1942 en la conferencia de Wannsee, un pequeño lugar de Berlín junto a un lago en el que se decidió perpetrar una de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad. Dios dejó de mirar aquel día a aquel recóndito lugar del mundo donde, casi en clandestinidad, se urguía el macabro plan para acabar con toda una religión o etnia, un concepto con matices que ni siquiera los allí implicados parecen saber distinguir. El judaísmo en sus horas más bajas, con el nazismo creyendo que podían ganar la guerra pero recibiendo sus primeros reveses que concluirían en su derrota poco más de tres años después.

El reparto está encabezado por el multifacético y multinominado al Óscar Kenneth Brannagh, cuyo uniforme de militar alemán lo volveríamos a ver unos años después en "Valkiria" acompañando a Tom Cruise. Brannagh se haría con el Emmy al mejor Actor en Miniserie por este papel, mientras que su acompañante (a su derecha en la mesa) en la producción, Stanley Tucci, obtendría el Globo de oro al mejor actor secundario. Sus papeles son, sin lugar a dudas, los dos más importantes de la propuesta. El prestigioso y shakesperiano Brannagh, hace de Heydrich, el carnicero de Praga, personaje que fallecería pocos meses después de poner en marcha esta "solución final"; Por su parte, Tucci hace de anfitrión como el Coronel Eichmann, que recordará mucha gente por ser quien llevaría en marcha la operación tras la muerte de Heydrich, y que sería ajusticiado en Israel en los años 60 tras ser capturado por agentes israelitas cuando se escondía en Argentina. Junto a ellos, destacar la presencia de un emergente Colin Firth, entre otros.

La película tiene una base, como decía, muy sencilla, casi escueta. Un edificio donde nos centraremos durante más de una hora en su sala principal con una mesa y un grupo de despiadados hombres debatiendo durante algo más de una hora. Así dicho podría recordar a "Doce hombres sin piedad" de Sidney Lumet. Pero en la genial obra maestra de 1957 un sensacional Henry Fonda era capaz de hacer recapacitar a los allí presentes. En la vida real, y en la Alemania Nazi de aquella época, dos hombres solos contra el mundo, uno defendiendo la vida judía y otro las leyes germánicas de matrimonios mixtos, poco podían hacer ante una maquinaria que ya estaba en marcha. Si algo queda claro en la película, o así se hace constar, es que la decisión estaba tomada y era meramente informativa para el resto, por mucho que se les diera voz y, aparentemente, voto.

Ese par de notas discordantes en un discurso donde la gran mayoría aplauden (dan golpes a la mesa como si fueran miembros de "Freaks: La parada de los monstruos") el mensaje del artista principal que preside la mesa, le dan el contrapunto necesario para no hacer monologada la producción. Se trata, por lo tanto, de una obra casi teatral filmada para la pequeña pantalla, sobre unos hechos reales que son los que son: en apenas 90 minutos despacharon el asunto, dejando claro el mensaje de la "evacuación" judía, entendiéndose por evacuación lo que la historia ya nos ha mostrado con las cámaras de gas a las que se hace mención.

Escalofríos es lo que genera la presencia de Brannagh. Lejos de ser el antihéroe por excelencia, el villano de turno, su pose y tono es la de héroe, la de un hombre tranquilo cuyo mensaje es el de esperanza para su pueblo. Él sabe cómo debe actuar y lo hace con una frialdad inusual. Como si fuera un cirujano, con su bisturí desgrana poco a poco los apartados a tratar. Lo hace sabiendo callar a quien debe callar o incluso dejándole hablar, sabiendo de sobras que la decisión está tomada. Es estremecedor ver como su mensaje se lanza con un tono en ocasiones méramente informativo, aportando datos que a oídos de quien los escuche hoy en día se escandalice. Pues el mensaje final es desgarrador.

Pero la realidad no debió ser muy distinta, con líderes nazis unidos por una causa, pensando en comer después de una amigable charla donde, tras las presentaciones se va de lleno al turbio asunto de la problemática judía. Decía que Heydrich no es el monstruo que se vende en otras películas, pues aquí habla con sus semejantes. Pero su aire de superioridad detrás del "artista" amante de la buena música clásica se siente patente desde su entrada triunfal. El plano de un avión llegando a la zona nos recordará eficazmente a "El triunfo de la voluntad", el documental dirigido por Leni Riefenstahl para mayor gloria de Adolf Hitler y su Partido Nacionalsocialista Alemán. Después se va preparando el terreno hablando de que quien no ha llegado es Heydrich, siempre con sus aires de grandeza.

En efecto, la llegada y descubrimiento de quién es el actor tras el rol, se hacen esperar con cierta intriga. Y vemos al casi siempre bonachón Kenneth Brannagh y un tono, como he mencionado, suave, distendido, como el de un profesor que quiere cuidar de sus alumnos pero enseñarles el "buen camino". En este sentido, el "buen camino" antijudaico. Algunos presentes en la sala son meros secundarios por cuyas bocazas únicamente salen palabrería antijudía mucho más sangrante y salvaje de la del comedido cirujano que ha tramado el plan.

Junto a ese maestro de ceremonias que deja claro en todo momento que ahí hay truco pero lo hace con un saber estar y una dignidad atronadoras, destacar una de las primeras frases de la película, cuando ese Einchman encargado de que la Conferencia de Wannsee vaya bien, tras maldecir a uno de los camareros por dejar caer unas copas de cristal, le dice a su Asistenta que alegre esa cara, que "hoy será un gran día". Vaticinando que ese plan, ya previamente establecido, saldría adelante. El propio Tucci, encargado del papel, será quien de los datos sobre las cámaras de gas, elevando el tono dramático de la película. No hace falta ni música, ni subir la acción en la mesa, ni nada por el estilo. Meros datos, mera información, y la afable conversación de gente sin escrúpulos o con unas ideas sociales y cívicas en contra de la humanidad. Por algo los allí presentes llegaron a tener condenas (mayores o menores) como criminales de guerra tal y como nos explica el epílogo de la película.

Epílogo que contiene, mientras nos lanzan la información de qué fue de esos personajes, una de esos montajes y escenas subliminales que parecen no venir a cuento, pero vienen a cuento. Vemos como, tras la marcha de toda la jerarquí nazi, los trabajadores se encargan de la limpieza del lugar para dejarlo impoluto. El plano final con el mayordomo apagando las luces y alejándose, dejando en oscuridad una mesa vacía donde apenas unas horas antes se perpetraba el mayor genocidio conocido por la humanidad: El Holocausto, contiene un claro mensaje, algo así como "Aquí no ha pasado nada". Limpieza de la zona, como limpieza étnica supuso el plan maestro de Heydrich, Einchmann y sus secuaces.

Hay otro detalle que no debería pasar desapercibido, y es que durante la conversación se llega a hablar de judíos mixtos de diferente índole, pues hablamos de una religión o étnia, según se considere, muy arraigada en la zona germánica y que habían hecho su vida durante siglos, con familias mixtas. La manera en que se habla de "evacuarlos", entendiendo la palabra como ya se ha expuesto con anterioridad, o ese tramo de la conversación dedicado a debatir sobre poder dejar sin futura descendencia a todos los judíos, salvando así la ley firmada en Nuremberg pero alargando el proceso de extinción de la raza, es uno de los tramos interesantes a analizar.

Es ahí donde sale el humor negro, casi decrépito, de una serie de personajes nacidos, sin duda alguna, para hacer el mal, y para reírse de las desgracias ajenas. La película, gracias al buen hacer de su guión y a la, repito, solemnidad de la sala, consigue ofrecernos esa sensación de estar en una reunión de amigos charlando amigablemente, con sus chistes que se ríen porque suenan divertidos según la moral de los ahí presentes. Un humor que, sin duda, no tiene ninguna gracia viendo todo lo acontecido entre 1942 y 1945. Y eso que se habla de que ya más de 700.000 personas habían probado esa arma de destrucción masiva que les hacía "entrar rojos y salir rosas". Humor nazi. Nazis haciendo cosas de Nazis.

Volvamos, por último, a esa escena final donde los miembros del staff contratados para la Conferencia de Wannsee limpian el lugar. ¿Os habéis parado a pensar en su procedencia? Sin duda no la conocemos, pero tras escuchar hablar de "judíos mixtos", y de la importancia de los judíos en la fabricación metalúrgica y armamentística alemana, tal y como señalaba el personaje que no pintaba absolutamente nada en la reunión, uno puede llegar a pensar que algunos de los allí presentes, de quienes sirvieron comida, bebida o recogieron y limpiaron la sala podrían ser judíos o medio judíos que acabarían siendo evacuados. Mero atrezzo del bonito paisaje pintado por Heydrich y los suyos. La película no habla de sufrimiento, no habla de dolor, no habla de guerra. Simplemente vende unos hechos reales, una conversación en la cuál los datos son los que mayor peso aportan. Escalofriantes datos y escalofriante frialdad de los allí presentes

Nota: 7

Lo Mejor: Kenneth Brannagh y su tono tranquilo en toda la película, lejos del ogro que tiene por dentro su personaje.

Lo Peor: No deja de ser una obra muy pausada, una conversación entre amigos grabada para la pequeña pantalla, con la escasez de acción y trama que ello genera.

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