A diez segundos del infierno (Robert Aldrich, 1959)

Hoy nos trasladamos a la posguerra de la II Guerra Mundial, concretamente a Berlín, para narrar una historia sobre héroes anónimos que ayudaron desde la tarea más sucia, a la reconstrucción de Alemania. Pese a que pueda sonar a propaganda germánica, estamos ante una obra made in Hollywood dirigida por el sensacional Robert Aldrich ("Doce del Patíbulo"), y protagonizada por un repudiable (por su personaje en la película) Jeff Chandler y el carisma de Jack Palance, que ya había estado a las órdenes de Aldrich en esa grandísima obra que es "Attack".

El film nos traslada a una Alemania en ruinas, y nos pone en el ojo del huracán a seis hombres, compañeros de penurias en el tramo final de la guerra, en su retorno a casa una vez liberados, en su afán por ganarse la vida. Tal y como habían hecho en el tramo final de la guerra, consiguen trabajo como desactivadores de bombas que han quedado sin estallar a lo lalrgo y ancho de la ciudad. Esos "A diez segundos del infierno" hacen referencia a esa corta distancia en la que se encuentran constantemente de ir al otro barrio. Por si fuera poco, una estúpida apuesta entre ellos para ver quién dura más tiempo con vida servirá de gancho al espectador para crear mayor incertidumbre a la trama.

A partir de esa sencilla premisa, Aldrich hace lo que mejor sabe, sacar jugo a sus personajes haciéndolos en su mayoría ni blancos ni negros. Al menos de ese tono gris nos muestra a un arquitecto alemán que acaba siendo el hombre de confianza de la mayoría del grupo. Ese rol recae en Jack Palance del mismo modo que ejercía ese importante papel en "Attack". Su, entonces, Teniente Costa es bastante parecido a su Eric Koertner. Un hombre que, por encima de cualquier apuesta, se desvivirá por cuidar de su rebaño (y más cuando es votado casi unánimemente como jefe de grupo, siendo él el único que no se vota, votando a su rival) aunque ello pueda llevarle al mismísimo infierno que da título a la obra.

En el lado contrario del ring tenemos a Karl Wirtz, interpretado por Jeff Chandler. Personaje que sí que es más de tonos oscuros, sin apenas nada que nos ilumine o de luz. Un tipo deslpreciable, del que desde la mismísima descripción que hace de él el narrador, sabes de sobra que toca odiar. Será el que acabe lanzando la apuesta (inicialmente sólo para dos pero a la que se suma el resto), y entre borrachera y borrachera se verá su lado cobarde. ¿Borracho, cobarde y con duelo interpretativo con Jack Palance en una película de Aldrich?, Esa misma descripción nos invita a pensar en el despreciable personaje de Eddie Albert en "Attack".

Sin duda, ese duelo interpretativo será el que haga avanzar la película entre bombazo y bombazo, donde la tensión irá in crescendo en cada desactivación que contemplamos, no teniendo claro qué sucederá. Si bien desde la introducción y conociendo a los actores es inevitable pensar que, cuál formato Far West, el duelo final tiene nombre y apellidos entre los dos pesos pesados. Pero el camino hasta ese desenlace nos trae unas escenas muy bien trabajadas en el aspecto del suspense. Ni una, ni dos... Tenemos el buen hacer de Aldrich y de la sala de montaje en un puñado de tramos, como la primera bomba que vemos desactivar al personaje interpretado por Jack Palance, donde por mucho que sepamos que es un actor de peso, el sudor se nos apodera de la frente.

Mucho más impactante resulta la escena en la que intentan desactivar una bomba bajo la cual tienen atrapado a uno de sus compañeros. El querido jefe hará todo lo que esté en su mano, sin temor pero con respeto a la muerte, para sacarlo de allí. Es descorazonador, y muestra clara de los tiempos difícil que corren, que todos sus intentos y el jugarse el pellejo concluyan con el edificio derrumbándose no por efecto de la explosión de una bomba que habían conseguido desactivar. Es en esa escena donde vemos todavía con mayor agresividad, lo despreciable del personaje de Chandler.

En otro momento veremos unas manos manipular una bomba, hasta que esta estalla. Todo sin observar quién es quien ejerce y, por lo tanto, enterándonos a posteriori de quién es el compañero caído en acción. Robert Aldrich tiene un amplio repertorio con diferentes escenas de tensión donde toca aplaudir su buen manejo. Sin embargo, estamos ante una obra menor, lastrada por un ritmo en la narrativa mucho más lento y torpe de lo deseable. Entre bomba y bomba la inclusión de un personaje femenino (algo que no abunda en el cine bélico del autor) y una historia de amor de corte excesivamente clásico, y que servirá para enfrentar todavía más a los personajes principales, ralentizará la película.

Una lástima, pues esa recreación del infierno, con un Berlín en ruinas y un trabajo que parece no concluir hasta la muerte, dan para mucho más, tal y como demuestran las escenas antes mencionadas. Y que llegan a una conclusión marca de la casa, donde todo vuela por los aires (malpensados) en ese duelo final para desactivar una bomba, donde el bueno no para de ejercer de bueno, y el malo... De malo. La tensión de dicha escena radicará más en saber cuándo, cómo y dónde llegará la puñalada que esperan tanto el espectador como el propio Jack Palance, que de saber qué sucede con la bomba. Recuerden, la apuesta (por encima de la vida), en juego.

Ahí vemos el cine bastardo del que Aldrich es uno de los maestros. Esos personajes a detestar, malos y cobardes, rastreros... Pero del bando de los buenos, siempre del bando de los buenos, que dan picante a la vida y a sus obras. Ese cine sucio como la tierra repleta de escombros que pisan los personajes, se hace protagonista absoluto de las mejores partes del film. Ese colofón final en forma de duelo, con las armas de la película, dónde nada es lo que parece, cierra el círculo bien trazado (gruesamente) a lo largo de los 70 minutos previos.

Y ni siquiera ahí, con todo de cara para que el ser despreciable deje de serlo, con la bondad de un personaje que hay que adorar y aplaudir como ejemplo de cómo se deben hacer las cosas, el personaje de Chandler cambia de parecer. Esa mirada desafiante, dónde no sabes qué camino tomará deriva en un momento traicionero, de rata inmunda, salvado por la Diosa Fortuna. El puñetazo posterior y ese caminar de Jack Palance cuál cowboy que deja atrás el trabajo bien hecho ponen uno de los puntos álgidos de la película. Tras toda la tensión previa, uno marcha habiendo sido legal, mientras el otro asume su derrota de la manera que toca, intentando ejercer la suicida labor para la que le han encomendado.

El resultado final se disfruta a ratos. Los ratos en los que Aldrich demuestra que el suspense puede apoderarse de la pantalla. Toda escena 'de acción', es decir, de desactivación de bombas, tiene su punto de emoción e interés. Por contra, las escenas románticas y el duelo entre los dos por el amor de una mujer forman la parte pobre del relato, que no consigue continuidad en ninguno de sus tramos. Eso sí, a destacar la escena romántica en medio de las ruinas. No por lo que se dice, sino porque tras marchar del lugar, el espectador puede contemplar el nombre, todavía en pie, del arquitecto que construyó esas ruinas. Es ahí donde conocemos algo más del enigmático personaje interpretado por Jack Palance. Cuyo honor le hará rechazar cambiar de empleo a uno mejor, él va a muerte con los suyos. Y a diferencia del personaje antagonista, no por una apuesta.

El epílogo, con un Berlín reconstruido, recordando en voz en off a los que dieron su vida porque Alemania resurgiera de las cenizas, sirve únicamente como eso, como punto final a una obra curiosa donde los protagonistas, si bien hablan inglés por ser producto Made Hollywood, ejercen papeles de alemán. Era el nuevo Hollywood de los 50.

Nota: 6

Lo Mejor: La tensión que genera sudor y/o asfixia en las mejores escenas de desactivación.

Lo Peor: El ritmo narrativo decae a lo largo de la trama cuando esta deja de lado las escenas de desactivación

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