Hoy toca enseñar donde crecen laa cruces de hierro. Para ello, qué mejor que contar con la inestimable ayuda del sargento Steiner (soberbio James Coburn), y de ese malnacido capitán Stransky (Maximilian Schell). Ambos son las dos caras de la moneda, los polos opuestos de la grandísima obra bélica que parió el violento Sam Peckinpah a mediados de los 70, cuando el cine bélico languidecía, al igual que la filmografía del director: "La cruz de hierro".
Puesta sobre la mesa la barbarie, ya nada detendrá a su director en su camino de desmotificar el combate. No hay ni honor ni orgullo. Solo vivos y muertos. El señuelo de dejarnos a un niño soviético entrar en nuestras vidas como en las de Steiner y sus hombres, es únicamente para, llegado el momento, sesgarnos la garganta sin compasión. Ese dolor de padre que siente Steiner en el momento en que, paradojas y gajes del combate, una vez libre el pajarillo, será acribillado a tiros por los propios soviéticos, encoge nuestros corazones. La película no está hecha para hacer prisioneros, y nos lo recuerda en todo momento.
Aunque siempre la consideraré uno de los últimos grandes clásicos del género, pues el boom de Vietnam a raíz de "El cazador" o "Apocalypse now" vendría a finales de la década, la realidad es que estamos ante el primer film antibelicista de la era moderna. Esto es así debido al realismo de muchas acciones. La sangre, la mugre, el barro, los muertos chafados por carros blindados, y la piedad... Una película sin piedad alguna, con un mensaje descorazonador sin vencedores y con muchos vencidos. Todos esos ingredientes forman parte de esta mayúscula obra maestra.
La sinopsis es bien sencilla: Por un lado tenemos a un capitán, aristócrata prusiano, que busca una condecoración con la que volver a casa y honrar a su familia. En contrapunto, tenemos a Steiner, un hombre que vive por y para sus hombres en un medio hostil. Es duro y de piedra por fuera, pero un trozo de pan para su querida familia. El duelo de egos entre dos personajes que no se soportan acabará derivando en un auténtico y atroz gesto de traición por parte del oficial al mando, iniciando así la lucha por la supervivencia de Steiner y los suyos. Todo ello condenado a un final donde Steiner deja claro que no perdona, pero no es un asesino, y Stransky que, pese a su cobardía plano a plano, a orgullo no le gana nadie. Verles combatir juntos será otra muestra del sinsentido horror de la guerra.
Peckinpah inicia la obra con una introducción que forma parte de la historia del género. La canción infantil "Hänschen Klein" (El pequeño Hans) suena. Tierna melodía que dará paso a imágenes del nazismo y las juventudes hitlerianas. El blanco y negro del horror (Holocausto incluido) provocará que la cancioncilla se corte en varios momentos dando paso a una música militar. El desfile del horror concluye con un fluido paso a Steiner y los suyos en acción. La niebla ayudará a la transición entre escenas y veremos en combate a ese pequeño pelotón liderado por un personaje carismático que forma parte de la historia del cine bélico.
Sólo así se es capaz de poder asistir y no perder ojo a ese carnaval del horror, a ese circo de 'freaks' (guiño a "La parada de los monstruos" por mi parte) que supone el único tramo de pausa, alejado del combate. Steiner se volverá loco al contemplar esa música y esos bailes para los veteranos heridos, como si fuera un anciano al que dopar con pastillas. Rostros desfigurados como protagonistas de un maléfico cuento mal parido que llegan a producir nauseas en el personaje. Volver al combate, con los suyos, será la única cura posible, aunque por el camino su carisma logre ligarse a la enfermera de turno.
Pero para hablar de la vuelta al combate toca mencionar a Stransky, hasta ahora ajeno a tanto ruido y revuelo sobre su personaje. Schell da vida a un auténtico cabronazo. Y no por el hecho de ser un villano digno, sino todo lo contrario. Es repugnante en cada momento de la película. Como si de un marciano se tratase, él aterriza en el Frente del Este con su uniforme impoluto, repeinado, con una pinta chulo que no le cabe en el pecho. Pronto chocará con lo que hay allí. La desgana y la desidia de quienes llevan tiempo en el combate y, derrotados, contemplan los primeros meses del final del III Reich y de la guerra, choca con la realidad en forma de cruces de hierro que se imagina ese oficial de academia y familia a quién perder una uña ya le podría generar un gran trauma.
Por ello, la escena en la que Steiner y Stransky chocan por primera vez, será clave en el devenir de la película. Ahí se pondrá sobre la balanza el carácter de ambos, donde destaca el mada escrupuloso Stransky. También vemos otros dos actores en esos 'despachos'. Uno, el ex Rommel del cine James Mason como el oficial al mando de ese gallinero que se convertirá en un polvorín. El otro, un abandonado a su suerte oficial, hastiado de la guerra y de todo lo que le rodea. Stransky entrará en ese pequeño búnker como un elefante en una cacharrería. Recordándonos por momentos al oficial al mando de "Senderos de gloria", capaz de comparar a sus soldados con ratas.
Del duelo interpretativo entre los dos principales protagonistas llegará el detonante de la trama en la segunda mitad de la película. Los enfrentamientos con los soviéticos son cada vez más cruentos y Stransky, al recibir órdenes de avisar sobre una ofensiva despiadada del enemigo, cortará la línea telefónica que une con Steiner y los suyos. Desamparados y más solos que la una, recibirán la visita de los blindados soviéticos, obligándoles a huir y tener que recorrer una odisea para poder volver a sus líneas. Es ahí donde la película nos mostrará el sinsentido de la guerra...y dónde crecen las cruces de hierro.
Primero, la película volverá a golpearnos con el tierno pipiolo. Un chavalito recién llegado al frente, joven y que vuelve a mostrar el lado paternal de Steiner. Como si de un encuentro con sirenas (volvamos a Homero) se tratara, Steiner y los suyos sufrirán el dolor en sus carnes. La muerte del joven soldado, embriagado de amor, será el detonante del horror que está por venir. Peckinpah no tiene piedad y cada muerte es más cruel que la anterior, comenzando por ese soldado deleznable que pese a formar parte del pelotón de Steiner, nunca formó parte de su familia, por culpa del cual moriría el joven.
La salvajada irá in crescendo. Y justo a las puertas de Ítaca vendrá la famosa escena de "¡Demarcación!¡Steiner!". Es la contraseña mediante la cuál el grupo pretende volver a sus líneas sin ser confundido con el enemigo. El problema serán las órdenes de Stransky que provocarán una matanza indiscriminada. La cámara lenta y la banda sonora, restregándonos cada balazo, cada punzada, cada grito de dolor de Steiner nos dejará al borde del k.o. No hay en el cine bélico mucha mayor crueldad que la que muestra esa salvaje escena. Peckinpah se recrea en la violencia sólo como él mismo sabe hacer.
Será, probablemente, la escena cumbre de la película, pese a que el enemigo soviético, tan despiadado hasta entonces, no aparece por ninguna parte. Después viene otra grandiosa escena, donde Steiner le espetará a Stransky que le enseñará "donde crecen las cruces de hierro", auténtico leitmotiv de la producción. Un diálogo que merece mucho la pena y que será la antesala de un curioso final que el espectador no sabrá si aplaudir o llorar. Magistral en cuanto a volver al tema del inicio de la película. El pequeño Hans y la Banda Sonora militar que nos recuerda al III Reich, en decadencia en ese momento. Los parones y la cámara lenta vuelven a apoderarse de la pantalla. Todo suena genial pero un tanto extraño. Hasta que una explosión y una risotada de Steiner, con la casi onírica presencia del niño soviético ponen punto final a la obra.
Toca destacar que la falta de presupuesto influyó mucho en dicho final. Peckinpah se las ingenió como pudo y, el resultado, pese a parecer un coitus interruptus en toda regla, es también uno de los sellos de distinción de la obra y de la filmografía del director. Posiblemente era arriesgado hacer una película sobre el Frente del Este, pero Peckinpah se atrevía con todo y los amantes del cine bélico le debemos agradecer su ímpetu en llevar la obra a la gran pantalla pese a los problemas derivados del rodaje y la falta de presupuesto.
El resultado es una obra mayúscula, pionera en el género en un cine tan salvaje y violento, si bien seguía el camino mostrado por un director 'bastardo', que hacía parecer al Aldrich de "Doce del Patíbulo" un niño en comparación. La sangre y el barro que dominan la pantalla, recreándose en cada muerte, en cada rostro desfigurado o en la cara de Steiner cada vez que cae alguien querido. Todo forma parte de esta epopeya bélica que sea o no fiel al frente del Este, sí capta la esencia de un ejército en decadencia, alejado de la gloria que había perseguido y que había tenido en su mano hasta poco antes.
Todos los que llevan tiempo en el frente están hastiados, condenados a vivir quien sabe hasta cuando. Mientras que los nuevos rostros, sobretodo en los románticos e idealizadores oficiales de la escuela de Stransky parecen no querer ver el mismo negro futuro. Cegado por sus intenciones de ser condecorado, olvida por completo el horror que le rodea, y eso que nada más llegar los obuses le darán una estruendosa bienvenida, donde el bueno de Sam se regodea en los intestinos si hace falta haciendo volar por los aires e ir a parar a las alambradas a un soldado alemán.
Todo resulta sangriento, siguiendo el tono sucio post "Doce del Patíbulo", pero llegando a unos límites de decepción en los soldados nunca antes vistos en el cine. Se anticipó, ligeramente, en unos pocos años, a esa hornada de grandes títulos de Vietnam. Y en cuanto a los litros de sangre, sé que no es lo mismo, pero es el título bélico ambientado en la II Guerra Mundial más sangriento antes de que "Salvar al soldado Ryan" (más de 20 años después) resucitara el género. En una época donde el cine bélico había dejado de estar de moda, en un conflicto que en EEUU importaba un pimiento, Sam Peckinpah parió una auténtica obra maestra del género. Una lástima que no se dedicara más a tan preciado cine bélico, aunque los amantes del Western lo agradecieran.
Nota: 9'5
Lo Mejor: La sangre y el barro, mostrando cuan de sucia es una guerra, y un Coburn espléndido.
Lo Peor: Quizás en cuanto a mostrar el combate, no consiga el realismo necesario
esta basada en una de las novelas de Sven Hassel no es cierto?
ResponderEliminarNo, el autor de la novela es Willi Heinrich.
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