Siete días de mayo (John Frankenheimer, 1964)

En las fechas de las elecciones USA, aproveché para saldar una cuenta pendiente con un título imprescindible ambientado en la Guerra Fría: "Siete días de mayo", un clásico dirigido por John Frankenheimer ("El tren") y que contó con un reparto estelar liderado por Burt Lancaster y Kirk Douglas, secundado por Ava Gadner o un presidencial Fredric March. Película acertadísima para ver en dichas elecciones debido a la polémicas declaraciones de Trump. Al igual que en la vida real, aquí tenemos a un presidente de los EEUU y a alguien que intenta ocupar su lugar.

La trama
En plenos años 60, el presidente de los Estados Unidos comienza a ser eje de las críticas de cierto sector de la población que no ve con buenos ojos su pacto con los soviéticos mediante el cual ambas potencias pactan desarmarse en pos de la paz. En opinión de los críticos, encabezados por el General Mattoon Scott (Burt Lancaster), dicha medida provocaría estar indefensos ante un posible movimiento del enemigo soviético, lo cuál sería fatal para Estados Unidos. En dicha tesitura, el Coronel Martin Jiggs Casey (Kirk Douglas) descubrirá un complot para dar un golpe de Estado y cambiar el Gobierno de los Estados Unidos de América.

Análisis
Frankenheimer va al grano desde el principio. La primera escena, silenciosa, ya nos muestra las dos vertientes de opinión que tendrán lugar en el film: Los que apoyan el Gobierno del Presidente Lyman, y por lo tanto Pro Tratado de desarme, y quienes apoyan un posible gobierno del General Scott. Ambas partes se enzarzarán a las puertas de la Casa Blanca en un claro mensaje al espectador. A partir de ese momento, empieza la acción.

Y eso que a lo largo de las dos horas, la única pelea que contemplemos sea esa del inicio entre civiles, puesto que por mucho militar y alto rango que veamos a lo largo de la película, no dejará de ser un thriller político con mucho diálogo. Escenas en escenarios cerrados que nos irán enviando de un lugar a otro no ya de los Estados Unidos, si no del globo terráqueo (Aparecerá Gibraltar o, brevemente, Madrid) para narrarnos la trama.

Para ello, Frankenheimer, con mucha maestría, sabe dotar a sus personajes de un peso específico y para nada efectivo a lo largo de la trama. Tras un inicio donde parece que el Presidente Lyman (March) y el General Scott (Lancaster) parecen ser los claros protatonistas por ese Duelo de Titanes por la Casa Blanca, pronto el peso recaerá en Kirk Douglas. Ese Coronel que, de casualidad, descubre la trama y va informándose. Su personaje es no sólo clave, si no el más importante para que la película avance y mantenga en vilo al espectador.

Es fiel seguidor de su General pero, ante todo, es un patriota americano que defiende la Democracia y que el Gobierno lo deciden los ciudadanos. Ese es, lo veremos más adelante, el auténtico motor que mueve y guía la película. Su finalidad no es otra que ensalzar el Sistema de Gobierno americano, y la manera en que el pueblo debe tener la última palabra a la hora de decidir sobre temas trascendentales. Su situación es incómoda a ojos del espectador, puesto que si toma partido por cualquiera de las dos partes, estará decepcionando a alguien a quien tiene en buena estima.

Douglas maneja a su antojo esa primera parte de la película, la que nos adentra en la trama. Y, cuando esta debe avanzar un punto más... desaparece. Pero no por casualidad. Frankenheimer sabe que el personaje del Coronel ha tomado, hasta este punto, el protagonismo suficiente como para apartarlo un momento y ensalzar a otros personajes. Es ahí donde, siempre pivotando sobre un soberbio Fredric March como el Presidente Lyman, empiezan a ser sus dos fieles senadores (interpretados por Edmond O'Brien y Martin Balsam) quienes empiecen a cobrar fuerza en sus respectivas misiones.

Es ahí donde la trama acaba llevándonos a cuatro puntos diferentes. Con Douglas en un escarceo amoroso que puede ser clave, con una más que anecdótica (pero que imprime caché al proyecto) Ava Gadner, con Balsam llegando a Gibraltar para hablar con el único Coronel que parece no estar de acuerdo con los planes del General Scott, o con Balsam yendo a descubrir una Base secreta donde se está cociendo todo.

Con tejemanejes típicos de una película de la Guerra Fría, el enemigo en esta ocasión está en casa y, curiosamente, no es un antiamericano, ni mucho menos. El gran dilema moral que nos lanzará Frankenheimer es el de dos patriotas americanos, cada uno con ideas diferentes. Dos caras de la misma moneda que serán las que se jueguen el trono de Presidente del País, cada uno con sus armas. Y es ahí donde uno debe acabar de posicionarse.

No obstante, el director ya imprime su punto de vista desde el momento en que nos narra la historia a través de quienes descubren el complot. Al final el Presidente Lyman acaba siendo el personaje adorable y querido de la película, al que uno ve como el Bueno, en contra del malo. Sí, es muy fácil ver esta distinción entre un Presidente escogido por el Pueblo y el que intenta usurpar el poder por la fuerza. Pero, ¿Y si se hubieran puesto sobre la mesa algo más por parte del bando rebelde? Posiblemente sería otra película, pero no por ello menos emocionante.

Nos basta, eso sí, con un punto de vista y unos buenos personajes, trabajados lo suficiente para, yendo al grano, tener el suficiente fondo y poso, para que el espectador disfrute en el sofá durante dos horas. Dos horas donde la tensión irá en aumento, sobretodo tras uno de esos puntos álgidos donde uno de los senadores morirá en un accidente aéreo. Eso, acompañado con tener al otro preso, aislado, nos indicará de lo que son capaces los seguidores de Scott en pos de conseguir su objetivo.

El tramo final es, directamente, sublime. Fredric March coge el toro por los cuernos y es capaz de él solito devorar la pantalla. Merendarse al personaje de Burt Lancaster (que, con rostro impenetrable hace una actuación igualmente destacable) y acabar con ese 'mitin' ante las cámaras de televisión desacreditando con elegancia al General Scott y a sus compañeros. No es casual ese final. Ensalza al Presidente de la Nación a la vez que defiende a ultranza la Constitución, pilares (sin duda alguna) democráticos del país estadounidense.


A destacar el servicio de la televisión para ambas causas. Son los periodistas quienes lanzan a los leones al Presidente cuando ven con buenos ojos un cambio. Pero son esos mismos periodistas quienes, tras el órdago y gran revés que suponen las declaraciones de Lyman, dejarán de lado su favoritismo con Scott. Ese final, con Scott intentando agarrarse al clavo ardiendo que supondría lanzar un discurso a la población y el periodista de turno negándoselo al ver que serían acribillados muestra a las claras otro de los grandes problemas y lacras de este mundo democrácito.

En efecto, aquí estoy tirando a dar al periodismo. Capaz de poner por las nubes o mandar a los infiernos a una persona sea presidente, deportista o actor. Ese periodismo que ya en 1964 el gran John Frankenheimer nos indica que es capaz de estar detrás de un complot contra el presidente, o al menos dispuesto a favorecerlo... y al mismo tiempo capaz de, sabiéndose derrotado, saber salvar el culo. Pagan su dimision los seguidores de Scott, y un Lancaster que se bate en retirada como un patriota derrotado en su última gran batalla. Los medios de Comunicación, no obstante, seguirán o volverán a arrimarse a quien mejor sombra les otorgue. El discurso de Lyman no solo bate a Scott, si no que auyenta fantasmas.

Toca aplaudir, sin lugar a dudas, lo que John Frankenheimer propone sobre la mesa. Pero, sobretodo, como es capaz de tejer una telaraña en la que todo se relacionan. No es fácil, en una película tan coral, ser capaz de que la mayoría de sus protagonistas tengan al menos un momento de lucidez donde sean las estrellas del proyecto. Comienza con un Lancaster efusivo, nos traslada a un Douglas eficaz y acaba con un soberbio March tras haber dejado buenos papeles a O'Brien o Balsam, ambos clave en desmontar la trama.

A destacar la buena mano del director, también, en lo referente a los planos. La profundidad de campo a la que dota en casa plano es destacable, con numerosos protagonistas colocados a diferentes distancias de la cámara y todos formando un cuadro perfecto y preciosista de la situación. En especial, las escenas en el despacho presidencial, cuya puesta en escena, un tanto teatral, le sienta muy bien a la producción.

Y no, no me puedo olvidar, y lo he dejado para el último momento, como el juego sucio vale para todo. En su intento por desprestigiar al rival, unas cartas de contenido amoroso de un Scott que es un hombre casado y que destaparían una polémica relación extramatrimonial que acabaría con su carrera, llegan a ser arma arrojadiza por parte del gabinete de crisis del presidente Lyman. Este, no obstante, lo guardará como último recurso antes de claudicar. Pero, como la película no da puntada sin hilo y se trata de enaltecer el buen hacer del Presidente, un tipo que juega limpio, éste acabará asimilando una posible derrota antes de caer en ese burdo juego.

En definitiva, que estamos ante una gran película, notable trabajo de suspense con un thriller político tan certero como efectista. Porque sí, por el camino deja desprender en no pocos momentos de qué parte se postula y a quienes atiza. Y para ello no duda en dejar claro que el Presidente de los Estados Unidos es un hombre honesto y limpio. Algo que, poco tiempo después del asesinato de JFK, no deja de ser un buen argumento propagandístico para la democracia americana. Y todo eso, habiendo pasado un rato agradable durante dos horas, con los dimes y diretes y los líos de salón de los principales líderes de la mayor potencia del mundo.

Nota: 8

Lo Mejor: Un reparto estelar a disposición de un gran director. Con especial mención a Fredric March
Lo Peor: Quizá un exceso de buenrollismo y partidismo pro presidente de los USA

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