Desde el primer fotograma, se vislumbra que lo que se verá a
continuación tendrá que ver con el Nolan menos Nolan de la palabra
que uno se pueda imaginar. No solo por romper con el género donde
más cómodo podría sentirse el director, si no por lo sobrio del
título, evitando créditos iniciales, y por la utilización de
rótulos más cercanos al cine mudo que al cine moderno.
Con unas letras sobreimpresas en fondo negro, silencio, más letras,
y un enemigo a las puertas que está a lo largo del metraje,
acechando en las sombras, Nolan deja una brillante carta de
presentación marca de la casa. Quizás radicalmente opuesta a otros
arranques del director, pero soberbia. Toda una clase de cine en un
par de minutos, donde se nos muestran imágenes que pueden recordar
al cine mudo, pasando por reminiscencias al John Ford de sus orígenes
("La Patrulla perdida"), y acabando con un viaje a ese
paredón llamado playa que tan bien recreó Truffaut en "Los
cuatrocientos golpes".
¿Y después?... después el infierno de Dunkerque. Una carrera
contrarreloj por la supervivencia, donde corderos disfrazados de
soldados procuran alargar su vida una hora, un día... una semana.
Todo lo posible antes de perder cualquier esperanza. Porque de eso
trata "Dunkerque", que no es un film bélico al uso, es una
obra sobre la naturaleza humana.
Quizás Nolan haya pintado un bello lienzo que no acabe de cuajar
entre todos sus incondicionales. Los incómodos silencios, el que el
film no quiera contarnos ninguna aventura, el no poder coger simpatía
a un personaje en concreto... cualquier atisbo de cine de acción
moderno o del cine más clásico se va por los aires, como la arena
de las playas de Dunkerque durante los bombardeos alemanes.
Poco importa, el director, con pulso firme, sabiendo en todo momento
donde colocar la cámara para lograr la belleza, la angustia, la
agonia, el miedo... cualquier tipo de sentimiento. Y amparado en tres
cosas que complementan su genialidad. Una banda sonora que le cae
como anillo al dedo, obra de Hans Zimmer; una fotografía con tonos
azulados, por momentos grisaceos, que en momentos roza lo nauseabundo
para meter al espectador en las playas, pero, sobretodo, un montaje
soberbio, sensacional, diferente.
Porque se puede narrar las historias cruzadas de mil maneras, se
puede dar vueltas y vueltas de tuerca al tiempo para contarnos una
historia. Pero aquí Nolan juega con el tiempo a su antojo, en un
montaje revolucionario a tres bandas. Bien específicas: Tierra, Mar
y aire. Pero en ningún momento es tramposo. Todo lo contrario, es
consciente de cual es el objetivo de su film y lo consigue.
"Dunkerque" es, gracias sobretodo a su montaje, un viaje en
espiral al infierno de la guerra. Una espiral donde se alternan
magistralmente todo tipo de secuencias, para acabar alcanzando un
climax único, en pleno ojo del huracán, donde se concentra todo lo
mejor de su cine, puro espectáculo.
Dentro de su rareza, el film de Nolan es un film coral por
excelencia. Pero superando con creces largas obras corales donde
algunos protagonistas salían ganando en metraje. Aquí nadie parece
destinado a liderar el film. Todo son marionetas de Nolan, las maneja
a su antojo. Y ahí radica otra de las brillantes ideas del
británico. Por mucha cara conocida que tengas, nadie, ninguno de los
soldados de la playa, de los tripulantes de una embarcación o de los
escasos spitfire que sobrevuelan el Canal de la Mancha están
seguros. Todos son conscientes de que les puede quedar poco de vida.
Y es ahí donde rompe, nuevamente, con su cine anterior. Todos sus
films, por mucho que tuvieran su sello, contenían a uno o dos
actores -siempre caras conocidas- que cargaran el peso del film, que
se llevaran los golpes, que hicieran sentir a la gente disfrutando de
las palomitas, dentro de su confort de la sala de cine, del sofá de
casa, de su cama. Aquí Nolan saca todos los diablos a pasear, con
ese enemigo omnipresente como Dios (literalmente en todos los
sentidos) desatando tempestades, removiendo tierra, mar y aire para
hacérselo pasar realmente mal a los británicos.
Una historia humana
De eso fue Dunkerque, que no se puede vender como la victoria que se
vendió ni como la derrota que fue. De gente intentando evadir del
infierno, en busca de una nueva oportunidad, gente desesperada en
momentos desesperados, dispuesta a cualquier cosa con tal de salir
del atolladero. Nolan nos sumerge de lleno en ese infierno. No
debemos seguir a ningún actor en concreto. Debemos sufrir en las
playas, en la sala de cine, en las frías aguas del canal o en el
sofá de casa. Sufrir como sufrieron ellos, con angustia, con
esperanza. Apretando los puños en pos de la salvación. Y así
lograr la liberación.
Poco importa que Nolan tras 95 minutos de cine en estado puro, de
quitar el hipo, de hacer la obra bélica con mayor suspense de la
historia, se dedique a politizar en su epílogo final. Importa poco
porque en cierto modo es su momento para aprovechar y dedicar el film
a su Gran Bretaña natal, que tanto sufrió en aquella guerra. Se le
perdona y se le permite, aunque poco tenga que ver con lo que hasta
ese momento ha inundado la pantalla.
¿Y la duración? Bendita duración. Precisamente comprimir el
metraje ha sido de las ideas más extrañas y a la par acertadísimas
que el director haya decidido tomar en su carrera. No sobra nada
porque todo parece calculado. Cada segundo del film, cada galón de
combustible gastado, sirve para no dejarnos respirar. Porque aquellos
chicos, aquellos jóvenes enviados a la guerra, no tuvieron ningún
segundo posible de relajación en aquellas horas oscuras. Este es el
homenaje de Nolan, no un film dedicado a los caídos y supervivientes
en general... si no un film dedicado a cualquiera que padeciera aquel
infierno en sus carnes.
Nota: 8,75
Lo Mejor: Un montaje impresionante que nos mantiene en tensión todo el film
Lo Peor: Ciertos toques entre cursis y patrioteros en el tramo final.
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