Tres padrinos (John Ford, 1948)

Estrenamos sección : #UnadeVaqueros con una película un tanto navideña. Esta sección de tanto en cuanto se tornará cíclica y volveremos al punto de partida. Todo empieza en Ford, sin lugar a dudas. Y en él creemos con fe ciega, porque mostró el camino del Western. Fue quien lo encumbró con La Diligencia. Quien regaló a la Caballería su gloriosa trilogía y quien es sinónimo de Western Crepuscular. Mostró todas las facetas de aquella época en el Lejano Oeste con soltura. Y pobre de quien diga que el título que traigo hoy: Tres padrinos, es un título menor.

Porque siempre se acaba hablando de Ford con títulos menores. Pero esa sugerente y variopinta segunda línea de títulos (a los más de diez imprescindibles entre los diferentes géneros que mamó) trae en ocasiones películas como la presente, que de tanto en cuanto merecen ser repescadas. Más concretamente cuando de tocar la zambomba y de montar el Belén se refiere. Porque Tres Padrinos es, sin lugar a dudas, un cuento navideño que nos obsequió Ford.


Y lo hizo partiendo de un prisma radical. No veremos bondad en esos tres caballeros que llegan a Welcome (Bienvenido, en español), ese pueblo de Arizona donde un impresionante (e imprescindible fordiano) Ward Bond les da la bienvenida con un té antes de ponerse la chaquetilla de Sheriff, marcando territorio. Pero esos tres bandidos, malhechores, hienas, carroñeros... se dedican a robar bancos. Un robo de un banco, algo tan de Western, da inicio a una apasionante persecución.


A mitad del camino, sin embargo, Ford llega al punto donde se juntan los caminos. En medio del desierto, perdidos, encontrarán algo que vendría a ser como un oasis. No en cuanto a agua, pero sí en cuanto a agua bendita que curará sus pecados. La aparición de una mujer moribunda y su recién nacido (al que ayudarán a parir) será el punto de inflexión que la película necesitaba para continuar avanzando. A partir de ahí la lucha por la supervivencia no será la de ellos tres, si no la del pequeño Robert William Pedro Hightower, que toma su nombre de los tres bandidos, con John Wayne a la cabeza.


Es Wayne el particular Melchor de ese trío calavera que atravesará el desierto siguiendo una estrella, benerando al niño Jesús, y todo ello con la Navidad de por medio. Sin duda, Ford nos regala un cuento bien hilvanado, donde muestra su vertiente religiosa con el Nuevo Testamento a la cabeza. Ese testamento ayudará a esos redimidos protagonistas en pos del éxito. Y los milagros, sin duda, existen. Ford, sin necesidad de hablar de cosas fantasiosas acabará haciendo que el viento nos muestre una página en concreto de la biblia o que un burro y una yegua aparezcan en medio del camino a Nueva Jesusalem.


Y todo eso lo hace (el director) sin necesidad de salirse de su registro. Tenemos una especie de pelea de Saloom. Tenemos a un sheriff y su persecución. Tenemos a Wayne, el actor fetiche de Ford. Pero, sobretodo, tendremos buen humor, con esos tres figuras teniendo que alimentar y cuidar de una pequeña criatura recién nacida, algo de lo que no tienen ni idea (¿Podemos considerar tres chalados y un biberón un remake de este clásico fordiano?).


Esa parte central sirve para cambiar lo que hasta entonces era un duro western, en uno mucho más amable. Si bien el destino será diferente para cada uno de los reyes magos y nuestro querido Melchor nos regalará en su tramo final un claro mensaje que acaba por redimirle. Estos tres padrinos, que digo padrinos, padrazos, cuidan del pequeñín que da gusto. Una tierna película sin apenas disparos, un Western tan atípico como entretenido. Y sin llegar ni a la burda comedia ni a la parodia. Ford se siente a gusto contándonos una película que muchos considerarán menor dentro de su filmografía pero que es, hay que decirlo, una de las más nutridas películas navideñas injustamente olvidada.


Marca de la casa son planos como el de la diligencia donde nacerá el pequeñín. Cuando Wayne llega a ella junto a sus compañeros, el plano nos muestra una de las clásicas ventanas fordianas. La diligencia es un marco hacia el extenso desierto y Robert, William y Pedro son como tres mesías que llegarán allí. Una vez muerta la madre, el entierro es de una sublime belleza. Y, como remate, destacar la muerte de uno de los personajes en off. Fuera de pantalla, donde se escuchará el suicida disparo.


Entretanto, una partida de ajedrez nos entretendrá. Porque Tres padrinos va más allá que a contarnos esa pequeña historia de redención y nos detalla paso a paso la búsqueda del Sheriff y sus hombres, y los pasos que darán para privarles de agua, obligándoles a exponerse o a tragar arena del desierto. Un duelo diferente, donde los revólveres dan paso a una partida de ajedrez, representada fisicamente en el tramo final de la película, con Bond y Wayne mostrando el lado amable y divertido de ambos.


El resultado final es que, sin ser uno de los grandes westerns, vemos en muchos momentos encuadres que nos recuerdan en todo momento la mano del cineasta que firma la propuesta. Todo ello contándonos un cuento de Navidad sin que el espectador fuera al cine pensando en una película navideña. Las pequeñas dosis de fe y navidad, con el claro mensaje de compartir y de expiar pecados, dejan un regusto muy bueno en quien, de tanto en cuanto, escarva en esa segunda (o incluso tercera) línea de la filmografía fordiana. Tres padrinos es un notable western, y una excepcional película navideña.


Nota: 7,5

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