Braveheart (Mel Gibson, 1995)

En el eterno debate de ¿Qué es el cine bélico? puse sobre la mesa si este se debía considerar como todo cine de batallas o si había unas fechas más cercanas (guerras con armas de fuego o Siglo XX). Para muchos, el título de hoy no sería bélico y sí histórico (por mucha licencia que tenga). Pero, para algunos, "Braveheart" es una película de guerra y, en consonancia con ello, con algunas de las batallas mejor rodadas que se recuerden. Su artífice, un Mel Gibson descomunal y desencadenado que logró el doblete Película/Director en los Óscars. En honor a su figura, va este texto.

La película nace por la fijación de Mel Gibson en la biografía de William Wallace. Enamorado de la figura del héroe escocés, decidió lanzarse a la aventura de que su segundo largometraje como director fuese una gran superproducción épica ambientada en la Edad Media. El mayor riesgo es en plenos años 90 el de convencer a alguien para poner el dinero sobre la mesa para producir semejante película. Hoy en día se puede pensar que era lógico su éxito, pero vayamos por partes.

Primero, el cine épico made in Hollywood tuvo su auge en los años 50. Y es en ese tipo de cine y muy probablemente en "Espartaco" (1960) en quien debamos fijarnos. Los años 60 fueron la sepultura del cine épico de aventuras, sobre todo del Péplum, estandarte del mismo. El cine medieval es cierto que tuvo en los 80 un pequeño boom con títulos como "Excalibur", "Willow" o "La princesa prometida". Pero estamos hablando de películas hechas con otra función y enfrascadas dentro del género de aventuras y fantasía más que en el propiamente histórico. 

El precedente de una gran película épica lo podríamos tener en "Bailando con lobos". Larga, épica, con Banda Sonora emotiva... Y también dirigida y protagonizada por un actor (Kevin Costner). Puede que sea ahí donde Mel Gibson vio una oportunidad. Y la película cumplió entre crítica y taquilla fomentando el inicio de un cine histórico de aventuras con espada del que se beneficiaron posteriores producciones como "Gladiator" o "El señor de los anillos". Durante una década más o menos, el cine épico de espadas logró volver a recordar aquella grandiosa época de los años 50. Gracias por ello, Mel.

La película cuenta el ascenso y posterior muerte del héroe escocés William Wallace, hombre que no llegó a ver a Escocia libre pese a sus esfuerzos durante la Primera Guerra de Independencia escocesa. Y aunque cuenta las dos principales batallas, una acabada en victoria y la derrota en Falkirk, se permite todo tipo de licencias, como vender a Wallace como un héroe que lo hizo todo por amor a una mujer. Dentro de esas licencias se permite también afirmar, que no insinuar, que la Princesa de Gales, futura Reina de Inglaterra, quedaba embarazada de un escocés, cambiando la sangre real británica. E incluso hace morir al despiadado Eduardo I el mismo día que Wallace del disgusto que se lleva al escuchar a Mel Gibson gritar a pleno pulmón con las tripas fuera: ¡LIBERTAAAAAAAD!.

Para los amantes de la historia, Wallace era un líder que no venía del pueblo tan llano, obviamente no inició una revuelta independentista por el rebote de que mataran a su mujer y, si bien la victoria en Stirling y la derrota en Falkirk existieron, ni le apresaron por una triquiñuela indirecta del futuro Rey de Escocia (que el pobre Bruce queda escaldado a la sombra de su padre) ni en su muerte (que sí mantiene la esencia de cómo fue en la realidad) hizo morir al Rey Eduardo. Wallace murió en 1305, y Eduardo I en 1307 cerca del campo de batalla. Pero esto es cine y el final de la película le queda a Mel Gibson de un epicote que merece la pena.

Todo en Gibson son excesos. Desde la sangre gore un tanto inusual en la época y que hace que el espectador disfrute de lo lindo, hasta los gestos y la cámara lenta que no hacen sino enfatizar el carácter de héroe, de buenísima persona y de crack que fue William Wallace. En definitiva, hace una película para mitificar y elevar a la gloria a un héroe, algo que ya haría posteriormente en "Hasta el último hombre" mostrando únicamente las virtudes, muchas, y apenas defectos del hombre. Incluso sabiendo que puede caer en una trampa, él va... Por Escocia. Su único desliz, que vender la moto de hacerlo todo por amor y encapricharte de la Princesa de Gales tiene lo suyo. Aunque quién sabe si no era otra particular venganza y una estrategia para lograr la liberación de Escocia cuando su hijo bastardo reinase en Inglaterra con su sangre independentista.

Licencias aparte, la realidad es que a Gibson le sale una película muy lograda y repleta de epicidad. Casi tres horazas que se me volvieron a pasar volando como la última vez que la vi (el siglo pasado, posiblemente) y como la primera vez, en el Cine Avenida de Irún. Mi madre me llevaba a ver cine de acción, alguna comedia de Jim Carrey y cine espectacular. Ese 1995, por ejemplo, disfruté de "Waterworld", pero mucho más de "Braveheart", película que fue, sin duda alguna, la de mayor calidad y que más me gustó de las que vi con ella antes de, ya en solitario o acompañado la desbancaron títulos como "Salvar al soldado Ryan" o "Gladiator". 

Amante de ese tipo de cine, del espectáculo cuando narra gestas históricas y de las batallas, "Braveheart " fue la primera película de ambiente bélico que vi en cines. Disfrutando de lo lindo de sus dos batallas y la estrategia empleada, con un Wallace omnipresente capaz de mimar cada detalle de unas batallas. Es que, si no le llegan a traicionar ¡Se hubiese coronado rey de Inglaterra!

Pero analicemos algo más a fondo la película partiendo de su parte más molona, la que arranca con la muerte de su amada, provocando su ira. Su vendetta cargándose todo hijo de inglés que se cruce, la manera de matar al Gobernador de turno en la misma estaca donde este había dado muerte a su mujer cortándole la garganta... Todo perfectamente cuidado para erigir a Wallace en el héroe que es hoy en día para quienes no lo conocían y lo conocieron a raíz de Gibson. Tras ese Tour de force que pone fin a la primera parte más romántica, se inicia la segunda, con el puro estilo belicista y sangriento.

Siguiendo un poco las ideas de "Espartaco" de Kubrick, la producción parece seguir los mismos derroteros, con una introducción para explicar los motivos de la revolución/revuelta, posteriormente un periodo para la batalla, y dedicando la última parte más a la guerra de tronos tanto en Inglaterra como de Escocia, con las confabulaciones y pactos dignos de "Juego de tronos". En ninguna de sus facetas y fases la película pierde fuelle, gracias a un montaje muy bien elaborado, a una Banda Sonora que abarca magistralmente toda la película y esos bellos paisajes de Escocia. Los paisajes y las vistas, que Gibson en falda con la cara pintada merece lo suyo.

Pero dentro de la vorágine que hace especial esta película, al estadounidense que creció en Australia y ahora está afincado en Irlanda se le debe agradecer mucho su aportación en dos escenas. El discurso previo a la batalla de Stirling es de una grandilocuencia descomunal. De esos que por sí solos son historia del cine. Ese "Puede que nos quiten la vida. Pero jamás nos quitarán,¡La libertad!" pone la piel de gallina todavía hoy en día. A caballo, cambiando el signo de una tropa derrotada y conduciéndola por su gracia divina a la victoria. Simplemente, Mel Gibson en estado de gracia.

Como en estado de Gracia rueda una escena final alargada más de lo que cabía prever. Recuerdo en cines recordar larga esa lánguida muerte del protagonista. Pero visto hoy en día, cada plano tiene su sentido en toda la película para crear la atmósfera de Wallace como centro de toda la vida de los que le rodean. Desde Eduardo I a su hijo, la amada Princesa de Gales, sus amigos en el combate entre los espectadores de tan sádico espectáculo, el futuro rey de Escocia sintiéndose un traidor por dar la espalda a Wallace  y su mujer dándole fuerzas en su último aliento... Y ese grito retumbando en la sala: "¡LIBERTAAAAAAAD!".

Por si quedaban dudas de su grandeza, y para convertir su estado de mártir en victoria, el epílogo nos ofrece otra escena memorable, con el rey Bruce de Escocia dando un discursito (menos grandilocuente) a los feroces soldados de Wallace, su gran amigo (enorme Brendan Gleeson) lanzando su espada al campo de batalla, la cuál cae en el césped como debe ser para una película épica. Y la voz en off recordando al espectador que si bien Wallace no lo consiguió (murió en 1305), Escocia sí logró su libertad en 1314. La película, eso sí, no recuerda (porque no viene a cuento) que siglos más tarde, Inglaterra volvió a absorberla hasta nuestros días.

Respecto a dicha última escena, no la recordaba tan nítidamente pero sí larga. Y la manera tan crucificada en que Wallace aparece en la plaza el público sediento de sangre al grito de traidor... Aunque acabarán pidiendo clemencia, y la tortura en sí parecen un breve ensayo de cuarto de hora de lo que Mel sería capaz de hacer años más tarde en "La pasión de Cristo". Sin duda, amante de lo exacerbado, del realismo sin precedentes, del gore por la causa (que no tan gratuito aunque a veces lo parezca). La crueldad de una guerra con todo tipo de armas reventando cabezas y desmembrando miembros queda fielmente reflejada en esas batallas o esas venganzas con cabezas lejos de sus cuerpos.

No es del todo pulcra para ser made in Hollywood y, pese a ello, es una superproducción de las que hacen época, limpia y pura en sus intenciones, memorable en sus escenas. Muchos pensarán que es cine fácil de consumir, pero la realidad es que era muy difícil apostar por una producción así a mediados de los noventa. Y que Mel Gibson tuvo la suerte de atinar en cada decisión. Ni es fácil llevarla a cabo, ni es fácil lograr lo que él logra con Wallace. Ese carisma en el personaje que, en cierto modo, calcaron años más tarde en otra grandísima película como es "Gladiator". Una lástima que ya no se haga cine así.

Nota: 8'5

Lo mejor: William Wallace. Lo que logra Mel de él gracias a todos los factores. Y esas dos sangrientas batallas.

Lo peor: Que el deje religioso y de mártir de Gibson con sus excesos, se deja intuir en no pocas escenas. Pero también es parte de su encanto.

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