El gran combate (John Ford, 1964)

Octubre, el mes de otoño por excelencia, es el ideal para hablar de "Cheyenme Autumn", cuyo título en castellano no sería otro que "Otoño Cheyenne" y que hace mejor homenaje al contenido de la película que ese palomitero "El gran combate" con el que, en 1964, Ford se casi despedía del Western y el cine (quedaría "Siete mujeres", aunque si gran crepuscular final es y será "El hombre que mató a Liberty Valance").

La película que trato hoy tiene no pocos de los ingredientes del cine fordiano, con las grandes llanuras y paisajes espectaculares comandando la producción. Pero tiene una particularidad y esta no es otra que el punto de vista. Ford divide la película entre los dos bandos, pero dejando claramente una postura ProCheyenne, en contraposición al cine de Hollywood del que él mismo había vivido. Como si de una carta de perdón al pueblo indio se tratase, "El gran combate" es un homenaje al nativo americano.

El director logró que la película saliera adelante pese a ser una de sus películas más costosas en cuanto a presupuesto (4 millones de dólares de la época, de los que apenas recuperó 3). Lo que no pudo conseguir fue que los protagonistas Cheyennes fueran protagonizados por auténticos indios americanos. De manera que Ricardo Montalvan o Sal Mineo se encargaron de dar vida a los líderes de las dos tribus protagonistas. Tampoco, como era de esperar, consiguió que pudieran hablar en su idioma. Aunque sí hay algunas líneas de guion hablando en Cheyenne (o algún idioma cercano).

"El gran combate" está basada en hechos reales. Narra la gran aventura y traslado que vivieron los supervivientes indios que habían sido enviados fuera de su hogar, a una Reserva a 3000 kilómetros. Hastiados del sol abrasador y de las promesas incumplidas de los políticos blancos, se lanzaron a Yellowstone, hogar natural de donde sus ancestros venían. El asunto es que, una vez salidos de su zona/reserva, el ejército tenía la potestad de entablar combate o hacerlos prisioneros, provocando algunas de las situaciones que trata la película.

El odio por ser indios, presente en unos vaqueros de poca monta o de ese oficial que acaba redimido pese a su odio visceral inicial, es el contrapunto al del oficial protagonista, interpretado por un Richard Wydmark que se debate entre el cumplimiento del deber a su país y al ejército, con el que firmó un pacto, y el de defender lo que considera justo. En todo momento es consciente de lo que es justo para esos indios y que el gobierno no parece cumplir. Pero él se debe a estos últimos. Su manera de actuar, no obstante, es radicalmente opuesta a la que observamos al término de la película en el oficial al mando del fuerte donde perecerán no pocos indios (mujeres y niños incluidos). Un borracho racista interpretado por Karl Malden.

Se nota la marca del autor desde ese potente inicio de promesas incumplidas. Los niños que van al colegio, la maestra que les acompañará en su periplo porque se debe a ellos o esa moral presente en el personaje principal. Hay escenas realmente bellas, alguna con bastante potencia, como puede ser ese epílogo en el pueblo indio donde, una vez resuelto todo, un indio reclama lo que es suyo dentro de la tribu. Impactante final para mostrar en primera persona una cultura diferente a la que el cine nos había habituado.

Hay también momento para la diversión. Como si de un intermedio tan típico en las grandes epopeyas de la época se tratara, Ford dedica uno de sus capítulos fordianos de turno a una peculiar partida de cartas donde se ve a Wyatt Earp y Doc Holliday. El primero, interpretado por el grandísimo James Stewart, estrella invitada a la película. Apenas supera los cinco minutos de metraje, pero este distendido momento ofrece pausa a esa avanzada Cheyenne. Una tregua para asaltar todo el tramo final con ese Fuerte/prisión que acabará por hacer intervenir a altas esferas para poner desenlace a todo el desaguisado.

Por si esto fuera poco, Ford también dedica su momento a la prensa, dada la gran importancia que ejerce la misma sobre la opinión de las personas. Al menos, en aquella época, donde era la única manera de conocer qué se cocía en el mundo. Destacar cómo un medio de comunicación se pondrá del lado de los indios, no por creer en ellos, sino porque así venderán más diarios al desmarcarse de la competencia. Competencia que de una breve escaramuza con ocho soldados muertos en acción se acabó agrandando la cantidad a más de medio centenar.

No cabe duda que Ford, en un camino marcado en "El hombre que mató a Liberty Valance" se encargó de desmitificar el género al que tanto le había dado. Poniendo al indio por protagonista, y al hombre blanco (salvo contadas excepciones) como villano número uno. No hay tramo donde no se vea lo despiadado, inmoral o descerebrado de algunos de sus personajes. Por mucho que esa mujer blanca que les acompaña con los niños o el noble de Richard Widmark se empeñen en poner brotes verdes. Son, ambos, el nexo que guia durante toda la historia, acompañando paralelamente a esos héroes indios. Eso sí, dentro de los mismo hay hueco para uno que odia tanto al hombre blanco que, por su culpa, se irán desencadenando las peores imágenes de sus iguales.

Si algo chirría especialmente de la película es esa voz de narrador omnipresente y que tan poco pega con el cine fordiano. Una gran película no necesita que nadie vaya indicando cada paso que se da. Y ese tono semidocumental acaba sacando por momentos al espectador de todo lo bello que pone Ford sobre la mesa. Precisamente esa manera de contar la historia y el hecho de poner dos bandos sería imitado un año después en "La batalla de las colinas del Whisky", de John Sturges, con Burt Lancaster y ya comentada en esta sección allá por abril. 

La duración tampoco le hace gran favor a la película. Que está claro que so se quiere dividir el peso de la película entre dos bandos, así como narrar toda una odisea de 3000 kilómetros no queda otra que meter metraje. Pero lo irregular de algunos tramos, el exceso de secundarios en pequeños papeles no acaba de ayudar. Y parece más una especie de homenaje al mundo de Ford y al Western. En especial con la mencionada escena del Saloon con James Stewart.

Sin tanto combate como ese "El gran combate" que encabeza el título en España, la película es una notable propuesta de su director. Pero hablamos de John Ford, autor de tres de las obras cumbre del género, y que a la caballería le dedicó una trilogía convertida a posteriori en tetralogía. Por ello, está Película acaba siendo la gran olvidada, un adiós donde, antes de despedirse, se redimió de sus pecados. Y aquellos villanos de "La diligencia" o esos seres odiados por el grandísimo Ethan Edwards acaban siendo aquí los líderes, los protagonistas, los que queremos que logren su objetivo. Por vez primera en Hollywood, no queríamos que la caballería viniera al rescate y venciera. El bueno de Richard Widmark, tampoco.

Nota: 7'25

Lo mejor: El cambio del punto de vista. Y los homenajes a la cultura india. Y Ford.

Lo peor: La voz en off del narrador.

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