Crítica: "El maestro del agua"

Russell Crowe como actor ha tenido que lidiar con diversos personajes. Llegó a ser el mejor actor del momento cuando logró el Oscar y parecía camino de hacer el doblete un año después. Desde entonces, una buena carrera pero lejos de la grandeza, donde las polémicas en su vida personal salpicaron y pusieron en riesgo su carrera.

Una vez reciclado y tras volver a proyectos ilusionantes (como fue el caso de "Los miserables") Crowe dio el paso de situarse detrás de las cámaras. Decidió hacerlo con un film de su Australia natal y donde nos cuenta una de las páginas más negras de la historia de su nación, cuando durante la I Guerra Mundial las tropas australianas y neozelandesas fueron a un matadero llamado Galipolli.


La historia del cine ya tiene, no obstante, una película de guerra que nos cuenta dichos hechos de forma cruda. Con el propio nombre de la batalla por título, Peter Weir dirigió a Mel Gibson hace casi 40 años. Crowe vuelve a destapar las miserias de una nación que sufrió aquella carnicería. Pero lo hace ubicando la historia después de la conclusión de la guerra.

"El maestro del agua", como se titula el film que Crowe dirigió en 2014, es un correcto drama donde un padre que perdió a sus tres hijos en la guerra -e indirectamente a su mujer- decide ir a buscar los cuerpos de los tres hijos, si es que están muertos, y traerlos a su Australia natal. Una historia basada en hechos reales, de un padre coraje dispuesto a darlo todo por sus perdidos hijos.

Con algunas secuencias bélicas en modo flash-back para mostrarnos qué sucedió o dejó de suceder a sus hijos en tan cruenta batalla, Crowe se centra en la búsqueda de una forma un tanto sencilla. Con una banda sonora realizada al 100% para resaltar el dramatismo de las secuencias. Y Crowe consigue, por momentos, meternos en la historia, aunque siempre dejándonos esa sensación de ser meros espectadores, de que nada vaya con nosotros.

Es en ese drama inicial, con cierta ternura encarnada en un niño turco y en cierto romanticismo a escondidas -muy a escondidas- donde Crowe consigue sacar el mejor jugo a la película, sin caer en un posible y previsible tedio de una historia que sigue un camino perfectamente marcado y donde la sorpresa brilla por su ausencia.

Sin embargo en el tramo final del film se mezcla todo. Con unas secuencias más cercanas al cine de aventuras, pero lanzadas con timidez, como si no se supiera como salir del atolladero. Ese tramo corto, intenso, pero un poco despedazado -como falto de cierta conexión- sirve para mostrarnos los combulsos tiempos que vivirían los turcos justo al finalizar la contienda.

Eso y cierta torpeza en el que debería haber sido el clímax de la película emborran un poco un trabajo llevado con soltura hasta ese momento. Crowe no encandila, no emociona más de la cuenta, pero nos cuenta una bonita historia y le mantiene el pulso en tres cuartas partes del film. La última media hora, no ostante, lejos de ser el entretenimiento que parece pretender, acaba siendo un ejercicio de vulgaridad falto de energía.

Nota: 5,5/10

Lo Mejor: Que nos cuenta una historia desconocida con la suficiente soltura para entretenernos.
Lo Peor: Que en su intento de darle emoción y acción al film, se cae en cierta torpeza.

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