En el corazón de las trincheras (Crítica de "1917")

En 1957 Stanley Kubrick realizaba la que, para la gran mayoría, es la película definitiva sobre la Gran Guerra. "Senderos de gloria" era el alegato antibelicista y antimilitarista que dicho conflicto pedía a gritos. Con él, el cine de Hollywood fue desviándose casi definitivamente del conflicto, hasta que la llegada de Spielberg, primero, y ahora de Sam Mendes, puede haberlo resucitado.

En las antípodas de ese antimilitarismo se sitúa "1917" una película cuya virtud no es contar las desgracias de la guerra, si bien se ven en pantalla en todo momento (en off), ni mostrar la crudeza de la guerra en formato gore (casi snuff movie) que parece estar tan de moda. Mendes, apenas dos años después de la llegada del "Dunkerque" de Nolan, coge la idea de revolucionar el género desde dentro, con algo novedoso para salir airoso del conflicto.


Porque no cabe la menor duda de que era un riesgo volver a unas trincheras que, si bien están tan lejanas y olvidadas, ya parecían haberlo dicho todo sobre una guerra sin grandes gestas ni hazañas. Y en esas Mendes nos trae una ficción que bebe de "Salvar al soldado Ryan" con unos protagonistas teniendo que cruzar campo enemigo para lograr alcanzar una meta, con cierta dosis de camaradería propia de la epopeya spielbergiana, pero sin necesidad de hacer saltar sesos por los aires. Toma prestadas las bases de aquella, y de "Dunkerque" ese gusto por hacer un cine inmersivo sobre la supervivencia, auténtico leitmotiv de la película.

Sin duda alguna aquí tenemos una película tan sensacional y grandiosa como la vida misma, gracias a tomarse en serio el trabajo de todos y cada uno de los presentes. Los más vagos recordarán la gran labor de Roger Deakins en la fotografía, de las más preciosas que se han visto en cines, y con un trabajo encomiable cuyo tramo de luces y sombras casi cercano al expresionismo alemán es digno de enseñar en las escuelas; pero no podemos obviar esa labor de cirujano de Thomas Newman (vaya familia la suya), compositor que nos mete de lleno en cada escena codo con codo con los protagonistas. Una banda sonora con tramos tan oscuros y de acompañamiento, como otros tan grandiosos como los que todo cine épico merece.

Junto a esos dos autores merecedores del Óscar desde el momento en que han parido esta obra, toca hablar de esa Dirección artística y decorados que es sublime, sensacional. No hay palabras para definir la gran labor de quienes se han involucrado al 100% en esta obra. Capaces de mostrarnos con detenimiento no ya unas trincheras, si no tres diferentes, junto a un poblado francés en ruinas, el bosque, la tierra de nadie o una granja... cualquier terreno por donde pisaran barro los jovenes de aquellos malditos años (1914-1918).

Pero, por encima de todos ellos, Sam Mendes, autor de la obra, quien ha firmado semejante monumento a la Gran Guerra sin necesidad de entrar en la crítica del conflicto. Nos muestran a dos hombres corrientes que deben cumplir una misión. Sin heroicidades, sin nada más que esa sensación de peligro in crescendo que desprende la película desde el primer instante en que abandonan sus propias líneas. Y todo ello gracias a violar las normas del género y, las del cine en sí. Porque el plano secuencia en que narra casi toda la película es espectacular.

Los ojos del espectador intentarán mirar donde está el truco. Pero, aun hayándolo, es asombroso lo meticuloso que ha sido planificado todo, cada paso de los protagonistas, cada extra que parece salir de la nada (y no son pocos) y todas las acciones que se van sucediendo al paso de los protagonistas principales. La película bebe y necesita de pequeñas dosis de acción constantes y variadas que hagan que no haya un tramo de aburrimiento a pesar de tratarse de un drama con pocos combates, pero las logra y, salvo un necesario momento para frenar un poco el ritmo, Mendes lleva en volandas al espectador de un lado a otro, sintiéndose partícipe de la obra, a la par que angustiado con el futuro de la misión y de esos dos jóvenes.

El virtuosismo y la maña de quienes han realizado "1917" está fuera de toda duda. ¿La necesidad? Alguno puede que no la encuentre y reconozca sentirse mareado con los protagonistas. Pero uno acaba estando en tensión en casi toda la película gracias a esa labor de meternos de lleno en el barro junto a los soldados. Ese plano secuencia que coloca la cámara en todo momento cerca de la acción y de quienes deben cumplir la misión puede ser comparada con la de un videojuego. Mendes nos mete de lleno en la película, en la Gran Guerra, y no nos deja descansar ni un solo minuto a lo largo de las dos horas que uno pasa en el cine.

Y se sufre, uno se llena de barro.. e incluso el paso de la oscuridad de una trinchera a la luz y el polvo deja a uno con la visión dañada gracias a la gran labor de Deakins (qué genialidad ha creado). Todos ellos juntos, porque han sido un equipo, incluyendo esos dos jóvenes a tener en cuenta: George Mackay y Dean-Charles Chapman, son quienes han creado una de las obras bélicas más novedosas y revolucionarias jamás hechas. Permítanme decir que, desde "Salvar al soldado Ryan", ninguna película (ni siquiera el "Dunkerque" de Nolan) se había atrevido con tanto. Una vuelta de tuerca al género, que podría haber resultado fallida, pero que nos deja una película para la historia del cine bélico.

Nota: 9/10

Lo Mejor: Técnicamente es un prodigio
Lo Peor: Ciertas licencias poco realistas que se deben pasar por alto por el bien de la propuesta.


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