Oda al cine bélico

"Por eso, los estadounidenses, nunca hemos perdido ni perderemos una guerra", la frase, aunque dicha en el cine por un General aliado de la II Guerra Mundial, pertenece a un film rodado durante la guerra de Vietnam. Esa guerra que nos huele a Napalm por la mañana, mientras los helicópteros la sobrevuelan. Abajo, un sargento, arrodillado, acribillado a balazos, mira al cielo pidiendo ser rescatado. Esa guerra donde los indios son los "caras amarillas", y los americanos, los cowboys. Y, entre ellos, el Cowboy de profesión, y boina verde de afición, más famoso de los USA: John Wayne.

Wayne que combatió en mil y una películas a japoneses y nazis. Wayne que fue una de las primeras víctimas del tabaco en el mundo del cine, en aquellas arenas japonesas. Cambiamos de continente y seguimos en la playa, zumbidos de bala, tripas fuera y el Capitán Miller intentando sobrevivir, como años antes lo hiciera el General Cota. Unos kilómetros más adentro, en la Francia ocupada, un soldado perdido y un piloto herido se preguntan quién habrá ganado. Ese piloto que en otra vida cinematográfica fuera una rata australiana combatiendo al Mariscal de Campo James Mason.


Es lo que tiene el cine bélico, te mete en la guerra pero todo parece un juego. Se puede jugar con la pelota dentro de la nevera, al ajedrez o incluso al fútbol con un astro brasileño en tu equipo. Ese juego de niños que hace que silbes melodías como la del Coronel Boogey cuando apenas llegas a los cinco años. Como ese pilla/pilla que se marcan un francotirador soviético y uno alemán en medio de uno de los campos de batalla más sangrientos de la guerra. Pero la guerra es más que eso, la guerra es... ¡El horror!

Volvemos a respirar Napalm con el Coronel Kurtz al mando. "Borradlos de la faz de la tierra!", la guerra es un infierno, y el cine bélico "el último refugio de los cobardes". Y, mientras en tierra está el fango de las trincheras, sobre el aire está el circo volador, y George Peppard buscando que los planes salgan bien, una medalla, una condecoración, como la que consiguió Alvin York aquel octubre del 18 por, simplemente, querer salvar a sus amigos de una muerte segura. Esa condecoración que persigue incesantemente un oficial prusiano a quien un buen hombre le ayuda a saber donde crecen las medallas.

Suena una música épica, puede que de Jerry Goldsmith, puede que de Bernstein o puede que de Wagner... y se inicia la oleada. Los Zero japoneses atacan, sin previo aviso. No pasa nada, solo es un pequeño golpe, la respuesta irá al corazón, a Tokio, por submarino, tras 20.000 leguas con Cary Grant al mando, o por aire en apenas medio minuto. El cine bélico tiene la capacidad de llevarnos a mil frentes, a mostrarnos todo tipo de hazañas bélicas o el infierno de la guerra.

Sentado en el sofá, o en la butaca de cine, o tumbado en la cama. Observando como un cínico oficial británico al borde de un ataque de nervios tira del cable intentando desbaratar toda una operación militar. Sí, ¡Usted!, vaya locura. Ese cine bélico que nos emociona con una explosión de un puente, de unos cañones o de todo un castillo en Normandía o con un cántico que te pone los pelos de punta invitándote a subir a un tanque Panzer.

... Es en ese momento, en el clímax, es cuando uno se levanta del asiento y grita a los cuatro vientos: "¡Mein Führer! Puedo caminar"... Y entonces, aprendí a dejar de preocuparme y a amar el cine bélico.

Comentarios

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *